Apetitos afilados. Dientes entonados. Oídos hambrientos.

viernes, noviembre 27, 2009

Discos De La Década: #16, Richard Hawley - Coles Corner (2005)

Richard Hawley es un sentimental. Tanto que éste disco lleva el nombre de un lugar que, aunque aún existe, ya no es lo que era. Y que, por su historia, supongo que le traiga muchos buenos recuerdos. Esos recuerdos tiñen cada nota del álbum con un tono agidulce y melancólico, pero desesperadamente bello.



Creo sinceramente que Coles Corner es el "sonido Hawley" en su mejor expresión. El que fuera guitarrista titular de britpop tan marcado como Longpigs y, sobre todo, Pulp, y colaborador en punkarradas glam como Hoggboy ha encontrado su camino como crooner contemporáneo, salpicado con dejes rockabilly (si, su imágen de primo inglés de Buddy Holly tine más sustancia que las gafas, el pelo y los trajes), pero acompañado por una voz que, por buena, sorprende que no haya salido antes a la luz.

Coles Corner es, además, de los pocos discos que recuerdo que ha puesto de acuerdo a todo el mundo. ¿El NME valorando un disco igual de bien que Pitchfork? Si me lo dicen no me lo creo. El que no le dieran el premio Mercury a él y si a los Arctic Monkeys casi le hizo un favor; la frase de Alex Turner al recibirlo ("que llamen a la policía, acaban de atracar a Richard Hawley") le ha metido a en mas orejas que todos los premios del mundo juntos. Merecidamente.

Éste no es un disco que vaya a entrar a la primera escucha. Ni siquiera quizás a la segunda. Pero poco a poco va calando en el corazón y en los oídos, y lo que al principio parecía ser una excelente banda sonora para una tarde tranquila con una cerveza acaba transportando a lugares que muy pocos discos, y artistas, pueden llevar.

Hawley's last orders (®Pete McKee)

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miércoles, noviembre 25, 2009

Discos de la década: #17, Sufjan Stevens, Come on Feel the Illinoise (2005)


En el segundo intento de ese megalómano y absurdo plan de dedicar un disco a cada estado de la Unión, Sufjan Stevens ya dio en el clavo. Miró a Illinois y le salió una obra única y personalísima. Una isla que apenas ha tenido continuación, ni por su parte, ni por la de otros.

"Come on Feel the Illinoise" (que así se llama el invento) es un exceso desde todos los puntos de vista. Un exceso de canciones, de arreglos, de referencias históricas, literarias y bíblicas. El LP deja en ridículo a la mayor parte de los "discos concepto" y no lo hace desde la experimentación o la psicodelia, sino desde el folk y el pop orquestado.
Así, deja pequeñas joyas íntimas como "Casimir Pulaski Day" -o cómo enterarse de que un novio/amigo tiene cáncer coincidiendo con la conmemoración de las hazañas de un general de origen polaco- y "John Wayne Gacy Jr." -esa preciosidad tenebrosa sobre un pederasta asesino-.

En el otro extremo, himnos grandiosos como "Chicago" o "The Man of Metropolis", con orquestas desbocadas y coros enormes, casi pop de estadio.

En todas, Sufjan Stevens se encarga de tocar la mayor parte de los instrumentos, en un ejercicio de bricolaje musical al alcance de muy pocos.

De las letras se podría hablar durante horas. Algunos lo han hecho y muy bien. En "Illinoise" están todos los temas: el amor, la amistad, la muerte, el miedo y, claro, Dios. Todos, entrelazados en un sinfín de referencias cruzadas que dan al disco una profundidad mayor que la de muchas novelas.

"Illinoise", por ambicioso y un punto snob, puede provocar rechazo de entrada. Entrar a fondo en el disco es, sin embargo, una de las experiencias de la década.

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Los adorados

Hay grupos que tienen una trayectoria más que notable, hacen buenos discos, tienen sus fieles y seguidores más o menos temporales pero que disfrutan sinceramente con la música que hacen. Otros, parecen haber llegado en el momento justo con la propuesta adecuada y ocurre una extraña conjunción de elementos que los elevan por encima del común de los mortales, poniéndolos más allá del bien y del mal, quizá durante un breve periodo de tiempo, pero brillan como una supernova, oscureciendo los logros del resto.

He de reconocer que me apasionan este tipo de figuras, y no sólo en la música alternativa: el fenómeno más interesante de la música española es sin duda Alejandro Sanz, un tipo cuyo disco Más fue durante varios años el más vendido en España, alcanzando una categoría casi permanente en el pensamiento de la gente, traspasando edades, clases sociales y cualquier otro elemento diferenciador. Sus siguientes discos fueron recibidos como acontecimientos sociales, como si se esperara una profecía, e incluso hoy se pueden ver rescoldos del antiguo brillo de esta supernova.

Actualmente, es casi imposible que un disco logre ese consenso, ya que internet ha roto los esquemas musicales. Sin embargo, sigue habiendo grupos que consiguen superar cualquier reticencia de la crítica. El apoyo popular tiene que estar ahí, claro está, pero a un nivel mucho menor, más compartimentado.

Me atrevo a decir unos cuentos grupos que han logrado ese estado de gracia: Radiohead a finales de los 90 no había quien los tosiera, al igual que Björk. Arcade Fire revolucionó el panorama en 2005 pese a las reticencias de algunos críticos. Animal Collective han alcanzado ahora mismo un status por encima de cualquier otro grupo de música en activo y Merriweather Post Pavilion parece que ha oscurecido hasta sus anteriores obras maestras.

Pero en todo esto hay un tapado, un "adorado" pequeño que poco a poco está comenzando a brillar hasta llenar todo de una luz que impide ver lo que hay detrás, como vemos en el videoclip de su último single, Two weeks. Son Grizzly Bear, y las últimas veces que he oído hablar de ellos parecen haber alcanzado ese status. Sin duda, su personalidad y su originalidad es más que suficiente para seguir iluminando el camino del pop, que todavía no ha llegado a su fin.

viernes, noviembre 20, 2009

Discos de la década: #18, The Pains of Being Pure at Heart, The Pains of Being Pure at Heart (2009)

De vez en cuando, un grupo captura la esencia de todos sus predecesores y es capaz de condensarla en un puñado de canciones. Eso hicieron The Pains of Being Pure at Heart en su primer disco. Ellos se lo deben todo al indiepop británico de los ochenta, a The Pastels, The Field Mice, Talulah Gosh o Another Sunny Day -y un poquito a My Bloody Valentine o a The Jesus and Mary Chain-.

The Pains no inventan nada y tampoco engañan. Lo suyo es un homenaje a su música favorita, una reivindicación de la adolescencia en los veintitantos y del ser indie hasta el extremo de lo naif. Todo eso ya lo dejan claro en su nombre. Triunfan porque consiguen mejorar la fórmula, ya que pocos de esos grupos que adoran tienen un disco como el suyo.



Diez singles en potencia. Guitarras que saltan entre el ruido de fondo y melodías pegadizas que conducen a estribillos para corear a gritos. Las letras tampoco se salen del guión. Hablan de enamorarse como un tonto y pasar la semana esperando a que llegue el sábado para verla o de hacer el amor, pero de hacerlo en una biblioteca y sabiendo que para ella no es tan importante como para tí. Todo ñoño, pero con un punto de perversión.

El conjunto puede sonar a pose, pero viéndoles, uno se da cuenta rápidamente de que no hay ninguna impostura, como no la hay en un disco hecho con el corazón y sin ningún tipo de pretensiones.

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martes, noviembre 17, 2009

Discos de la década: #19, DJ Shadow, The private press (2002)

El agrupar una serie de grabaciones delimitando unas fechas de referencia tan arbitrarias como los años 2000 y 2009 es algo tan arbitrario como el color predominante de su portada. Y es injusto para aquellos álbumes que no entran en el canon de las modas actuales.

The private press, pese a haber nacido en 2002, es un disco de los 90. Por concepto, por producción, por herencia, es una evolución de la música de la década anterior. Primero, porque se intuye un hilo narrativo en los temas, que aunque funcionen como buenas canciones por separado (especialmente Six days, la más comercial), parecen partes de un puzle que sólo al ensamblarse en el orden correcto nos cuentan una historia. Este concepto ha desaparecido paulatinamente con la llegada de la anarquía del mp3 y la vuelta a los “discos de canciones” y los temas redondos tipo estrofa-estribillo-estrofa-estribillo-fin.




DJ Shadow va más allá: no sólo hay un hilo narrativo sino que también divide el disco en dos partes, como si de un viejo vinilo se tratara. En su elaboración, sin embargo, combina el espíritu del sampler del hip hop (su cultura) y su norma básica, el ritmo, con la amplitud de miras de la electrónica noventera y sus pretensiones de trascender más allá del baile.

La inteligencia y la vastísima cultura musical y amplitud de miras del reputado productor le hacen construir un artefacto perfecto para abordar lo sombrío del futuro tras el 11-S a través de una combinación de ricas texturas casi siempre acústicas (la electrónica de DJ Shadow está en el proceso de construcción, no en el sonido), ritmos funky sampleados, bajos atmosféricos y detalles enriquecedores. “And here’s a story about… being free”, dicen en el penúltimo corte, You can’t go home again. Ya no podemos regresar al hogar, porque no existe, ha cambiado y tenemos que adaptarnos. La incertidumbre era la misma para la situación política y para la industria musical del momento. Ahora, en el nuevo estado de las cosas, miramos al pasado y todo nos parece tan extrañamente ajeno. Quizá esa sea la aspiración de Josh Davis: ha pasado de moda y está en camino de ocupar un lugar dentro de los clásicos, que es donde mejor se siente.

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viernes, noviembre 13, 2009

Discos de la Década: #20, The Gutter Twins - Saturnalia (2008)

Para los que vivimos con cierta intensidad la segunda mitad de los 90, hay ciertos nombres que forman parte de una cierta élite; la de aquellos que se vieron atrapados en los dos grandes movimientos musicales de la década, al menos en cuanto a atención mediática, Brit-Pop y Grunge (aunque se perfectamente que hubo mucho más, y podríamos pasarnos años discutiendo ésto, no es el momento), pero que nunca consiguieron el reconocimiento masivo de las cabezas visibles. En la escena de Seattle había dos bandas tremendas, Afghan Whigs y Screaming Trees, a las que se les adjudicó la etiqueta de Grunges sin serlo realmente. O siendo mucho más que eso.


Dicho lo cual, resulta irónico (o merecido) que, mientras las cabezas visibles naufragan miserablemente con reediciones, albumes mediocres en solitario, de vocalistas para un yonqui con sombrero de copa, o siendo muy populares al frente de una banda malilla, los señores Greg Dulli y Mark Lanegan se sacan de la manga lecciones magistrales como ésta.

No es ninguna sorpresa. Lanegan se ha especializado últimamente en prestar su alucinante chorro de voz en dos álbumes con Isobel Campbell, sobresalientes ambos y que hubiese colocado en ésta lista de no ser por la aparición de Saturnalia, y colabora regularmente con Greg Dulli, en su otro proyecto, The Twilight Singers. Y Dulli no ha parado quieto con ese proyecto, o produciendo o colaborando en otros tantos.

Pero ésto va más allá de una simple colaboración. Saturnalia es un disco que, además de ser musicalmente excelente, escuchadlo, es toda una revindicación de dos compositores en estado de gracia, y dos letristas dispuestos a llegar a niveles de profundidad (y oscuridad) pocas veces vistos. Profundidad y oscuridad apoyadas en un sonido denso, a veces asfixiante, y en las voces de Lanegan, cada vez más grave y arenosa, cada vez más cerca de convertirse en el primo maldito de Tom Waits, y de Dulli, emocional y desperanzada, que aquí suena como un constante grito desesperado de socorro.

La oscuridad en la música es a veces brillante y magnética. Escuchen ésta maravilla y quizás entiendan cuanto.

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jueves, noviembre 12, 2009

Algo grande

Pocas veces tengo la impresión de estar ante algo realmente grande nada más verlo. Ayer me pasó. Brad Mehldau me dejó sin palabras, sin argumentos. Es la mejor versión de sí mismo y de su música que puede haber: tiene el toque preciso, el matiz perfecto, sabe cómo tiene que sonar cada nota, cada acorde. Tiene tal gusto que me daría igual lo que tocara, lo disfrutaría igualmente.

El Teatro Fernán Gómez se llenó, y más de la mitad de los asistentes se levantaron al final para aplaudir al trío de Mehldau (completado por su fiel contrabajista Larry Grenadier y por el batería Jeff Ballard, que sustituyó a Jordi Rossy cuando éste decidió pasarse al piano), que hizo dos bises. Ahí fue cuando me di cuenta de que no estaba solo en mi admiración hacia él, al que descubrí hace ya diez años en el programa de Ramón Trecet en Radio 3 gracias a un disco, Elegiac Cycle, en el que únicamente suena un piano y no tiene mucho que ver con el jazz.

Y es que la música de Mehldau es jazz sólo en etiqueta. Su técnica es clásica, su forma de abordar los temas va desde la facilidad sonora del pop (no en vano, en sus discos suele reinventar canciones de los Beatles, Nick Drake y otros, pero sobre todo de Radiohead) a la complejidad del jazz o la clásica contemporáneos. Pero siempre con su sello personal: su música es exclusivamente suya, no hay nadie más que pueda tocar así porque nadie más es Brad Mehldau.

Y ayer lo demostró. Aunque para muchos aficionados al jazz les parezca de difícil comprensión y disfrute, Mehldau ya ha escrito con letras de oro su nombre junto al de los más grandes.

miércoles, noviembre 11, 2009

Terrorismo sonoro


La lista de discos de esta prolífica década ha estado horneándose a fuego lento, pero tranquilos, que sólo le queda gratinarse. Como en todas las clasficaciones, hay discos que se han quedado fuera, porque si no se quedan fuera un buen puñado de álbumes no sería una lista.

Dos de los que no han alcanzado el consenso suficiente son Xtrmntr de Primal Scream y Kala de M.I.A.

Quizá los dos mayores artilugios de terrorismo sonoro de los últimos diez años. El primero es un trallazo de punk electrónico obra de unos escoceses (Bobby Gillespie y Mani encabezan el cotarro) que, como el Guadiana, van dejando grandes grabaciones puntualmente para luego caer en una carrera algo irregular. Sin embargo, nadie les podrá negar si aportación ya desde sus anteriores grupos (Jesus & Mary Chain y The Stone Roses). Quién iba a pensar que diez años después de lo que parecía ser su cima creativa, Screamadelica (1991), se superarían a sí mismos con esta entrega de música combativa, electrónica cruda y algunos tintes de hip hop con muy mala hostia: sólo el título y la sirena aturdidora de Swastika eyes (el himno del disco, aunque yo prefiero otros cortes como Accelerator o Blood money, nombres tambien muy esclarecedores) hacen prever la lluvia de bombas que infesta los oídos del que lo escucha.

Si de combatir hablamos, no se puede dejar de mencionar a Mathangi Arulpragasam, más conocida como el acrónimo M.I.A. (missing in action). No en vano, es hija de uno de los líderes de la guerrilla tamil (apodado Arular, como su primer disco, de 2005), y ha sido acusada de hacer apología del terrorismo (es decir, de la violencia que no viene del Estado) en sus canciones. Si escuchas sus temas, aun sin entender las letras, sabes que no está diciendo "todos juntos podemos conseguir la paz", sino más bien "quita tu sucio trasero de encima" con el mismo desparpajo con que mezcla ritmos étnicos de su tierra (Sry Lanka, una isla cercana a la India), africanos e incluso un didgeridú australiano con música electrónica, o coge prestadas letras y ritmos de canciones demasiado famosas para pretender hacer un plagio (Roadrunner de los Modern Lovers o Where is my mind de Pixies en letras, Blue Monday de New Order en lo musical) y pervertirlo todo en un cóctel molotov directo al estómago. No denuncia al sistema como culpable sino que da nombres y apellidos, en eso se basa su fuerza: mi rabia no es impotencia, mi rabia es injusticia. Esta chica desayuna movimientos anti-globalización todos los días.

Mientras siga habiendo estas bofetadas sonoras, nos queda esperanza.