Apetitos afilados. Dientes entonados. Oídos hambrientos.

jueves, noviembre 12, 2009

Algo grande

Pocas veces tengo la impresión de estar ante algo realmente grande nada más verlo. Ayer me pasó. Brad Mehldau me dejó sin palabras, sin argumentos. Es la mejor versión de sí mismo y de su música que puede haber: tiene el toque preciso, el matiz perfecto, sabe cómo tiene que sonar cada nota, cada acorde. Tiene tal gusto que me daría igual lo que tocara, lo disfrutaría igualmente.

El Teatro Fernán Gómez se llenó, y más de la mitad de los asistentes se levantaron al final para aplaudir al trío de Mehldau (completado por su fiel contrabajista Larry Grenadier y por el batería Jeff Ballard, que sustituyó a Jordi Rossy cuando éste decidió pasarse al piano), que hizo dos bises. Ahí fue cuando me di cuenta de que no estaba solo en mi admiración hacia él, al que descubrí hace ya diez años en el programa de Ramón Trecet en Radio 3 gracias a un disco, Elegiac Cycle, en el que únicamente suena un piano y no tiene mucho que ver con el jazz.

Y es que la música de Mehldau es jazz sólo en etiqueta. Su técnica es clásica, su forma de abordar los temas va desde la facilidad sonora del pop (no en vano, en sus discos suele reinventar canciones de los Beatles, Nick Drake y otros, pero sobre todo de Radiohead) a la complejidad del jazz o la clásica contemporáneos. Pero siempre con su sello personal: su música es exclusivamente suya, no hay nadie más que pueda tocar así porque nadie más es Brad Mehldau.

Y ayer lo demostró. Aunque para muchos aficionados al jazz les parezca de difícil comprensión y disfrute, Mehldau ya ha escrito con letras de oro su nombre junto al de los más grandes.