Apetitos afilados. Dientes entonados. Oídos hambrientos.

sábado, abril 26, 2008

NICK CAVE Y LOS BAD SEEDS EN BADALONA


Cuando llegamos al Polideportivo de Badalona había una muchedumbre de hombres y mujeres, la mayoría vestidos de negro, casi todos mayores de trenta años de edad, esperando poder entrar para ver la esperada actuación de Nick Cave y los Bad Seeds. Una vez dentro la espera fue insoportable: Cuarenta cigarrillos por metro cuadrado y los nervios a flor de piel. Aquello era un concierto para carrozas nostálgicos. Un chico le dijo a otro: “¿qué tal, tú por aquí?”, “sí, he dejado el chico y la mujer en casa, hoy he librado”, “tío esto es insoportable, de dónde sale tanta gente, esto es por tu culpa y sacarlo en la portada de la revista”, “sí, sí, ja, ja”. Al final salieron bajo una lluvia emocionada de aplausos. Empezaron arrolladores con canciones de sus dos últimos discos (Grinderman y Dig, Lazarus Dig). Pero enseguida llegó Red Right Hand y en la pantalla se proyectó un cielo nuboso: Ah, aquí están los bad seeds, las húmedas épocas de pozos insomnes, noches lánguidas y humores perros. A mí me coincidió con la adolescencia. Después del explosivo tema principal de Dig, Lazarus, Dig que lleva el mismo nombre (o quizás fue antes, porque no suelo recordar los nombres de canciones y álbumes), Nick nos habló de su madre, de que no le gustaba aquella canción, la imitó un breve rato, nos dijo que tenía 82 años. La gente reía cómplice, como si estuviéramos en una tertulia de café de miles de personas. Si alguien le gritaba algo desde la lejanía más remota él respondía prodigando humor y cariño. Los temas de los nuevos discos sonaron bien, quizás por falta de referencia. Me emocionó pensar que son justamente los que están ya de vuelta los que se atreven a hacer lo que no osan los jóvenes escépticos y desencantados de hoy: hablar de la vida y la muerte, atreverse con el amor, con los mitos de siempre, las calles de siempre, con lo mal que anda todo lo de siempre, y todo bajo portentosas guitarras, gritos y júvilo. ¡Cómo gritan esos cabroren cincuentones! ¡Cómo se mueven! ¡Qué coros! Esto es punk repeinado y encamisado, pero más fuerte que el punk, es rock & roll de guerrilla. Pero el tiempo pasa, y la voz se cansa, de ahí que los tema de siempre sonaran como un revoltijo pastoso a manos de comensales hambrientos: God on the superlow, Oh Deanne, Are you ready for love… Y como estábamos hambrientos y lo queríamos escuchar, bailamos hasta no poder más y escuchamos con el corazón para obviar las falsas notas, la voz rota. ¡Qué entrega! Y hablando de maullar mientras se canta, me viene a la cabeza una entrevista que le hicieron a Stephin Merritt, creador insaciable y líder de los Magnetic Fields. Le decían que en su último disco había desaprendido a cantar, a lo que él respondía que, en realidad, había dejado la bebida y había empezado a tomar conciencia del cante y a practicar de verdad. Es lo que pasa, a veces las adversas circunstancias de la vida son más favorables a la creación que las tomas concientes de decisiones y el trabajo. También el emponzoñado y heroinómano Nick, ha dado paso a otra cosa: su voz se ha calmado y recita más que grita con una contundencia nueva, el ritmo ha subido, las letras siguen volando. Nadie le pediría que volviera a sus demoledores dioses narcotizantes para poder gozar de sus canciones. El trabajo sí importa. La vida importa. Nick Cave nos brinda un Apocalipsis más sonriente. Hubieron dos bises, evidentemente los confundo. Tampoco sé si fue en el bis cuando cantó The lyre of Orpheus con la participación del público. En lugar de buscar el apoyo del público, intentó darnos a todos una experiencia de la música nueva. Ante el Oh mama! Todos respondíamos, Oh mama. Y aquello fue bonito. Lo que sí recuerdo es que en el segundo bis entró él con el teclado y empezó las cuatro notas iniciales de Into my arms y todo el mundo se volvió loco, luego se hizo un silencio sepulcral cuando empezó con el “I don’t believe in an interventionist God”. Y, evidentemente, todo el mundo cantaba “into my arms, oh Lord”. Quizás sean pocos, a estas alturas, que recuerden quién es el Lord, el Lazarus, el Orpheus. Y todo el mundo, tan metido en sus hábitos negros, como monjes que han perdido el candado del pozo donde escondían su Dios, cantó: “But I believe in Love”. Finalmente, el segundo bis, cuando él ya se había quitado la americana y desenfundó una camiseta negra y roja, fue el turno para la asincopada Supernaturally y, para cerrar, un hit de las Muder Ballads: Stagger Lee. El público aplaudía a todo, aunque no todo lo viejo sonaba bien, pura deferencia. Cuando presento a “Lord Warren Ellis” el aplauso no pudo ser más generoso. El público entendía que estaban ante un maestro y sus grandes secuaces, y que las cosas del pasado no siempre regresan vivas. Los maravillosamente nuevos Nick Cave y Bad Seeds pertenecen ya a otra vida. Será difícil, pero tendremos que aprender a empezar también con ellos de cero, como si nunca hubiera existido un Nick, un Warren, un yo…

2 Comments:

Blogger Milton Malone said...

Aunque nunca me he sentido capaz de meterme en el universo de Nick Cave, tu crónica del concierto no podía haber sido mejor. A quién le importan los nombres de las canciones, a quién le importa la edad, el pasado, las drogas o lo que coño esté detrás, cuando lo único sensato que podemos hacer es disfrutar lo que nos viene.

30/4/08, 13:41

 
Blogger Ingrid Guardiola said...

gracias Milton Malone, tienes mucha razón...

2/5/08, 16:26

 

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