Las mil y una primaveras: ¡No somos Phoenix!
Por desgracia, en mi trabajo me están haciendo trabajar, así que no he podido escribir estas crónicas en un periodo de tiempo razonable.
Como decíamos, el viernes nos levantamos "pronto" porque queríamos ver a Damien Jurado en el Auditori. He de decir que los momentos más especiales del festival se concentraron en ese concierto. Eran las cinco de la tarde y había una cola enorme esperando ver a este tipo que parece no encajar estéticamente entre sus propios y entregados aficionados. Me sorprendió ya no que tanta gente le quisiera ver, sino que tanta gente le conociera. Momento mágico: colas a las cinco de la tarde, aquello prometía mucho.
Y se cumplió: un hombre solo con su guitarra, un sonido perfecto, un Auditori que daba la impresión de ser un lugar al aire libre donde la gente entraba y salía continuamente pero donde se respiraba el máximo respeto por el artista, que desde el susurro hasta sus gritos de la última canción nos conmocionó.
Luego comenzó lo habitual. Pero sin desmerecer: Bat for Lashes, buen concierto, apenas había escuchado dos o tres canciones suyas y lo disfruté. Eso sí, ni el escenario ni la hora parecían apropiados: una música con cierto toque oscuro a las 7 de la tarde y con el sol martilleándote la cabeza no encaja del todo bien, y el sonido recogido del Auditori hubiera ido mejor que el expandido e imposible de controlar en los matices del escenario Estrella Damn. Pero ver a Natasha Khan con un mono ajustado a rayas también tuvo su aliciente. Eso sí, parece querer ser Björk sin atreverse a llegar hasta el final.
Luego vino el que para mí fue el concierto del festival: Tokyo Sex Destruction. Y vale, fue porque tenía muchas ganas de verlos. Y pese a que no tocaron ninguna canción del primer disco (mi favorito), se salieron. Suenan igual que en sus álbumes, incluso con más matices, gracias a un percusionista y a que sus influencias sesenteras se han ampliado. El cantante (que al día siguiente vería tocando el bajo con The Lions Constellation) está como una cabra, sube y baja del escenario repetidas veces, se tira al teclado (sic) y se lo echa a la espalda. Se lo está pasando tan bien que cuando la gente le pide otra canción les replica: pero tenéis que bailar, que ¡no somos los putos Phoenix! (que tocaron el jueves, por cierto). Vaya que si bailé o, más bien, me contraje y expandí de forma espasmódica.
Por eso, sabía que ver a Jarvis Cocker me daría el bajón. Y me lo dio. Y eso que no fue mal concierto, y que Jarvis (tío bueno), aun con barba, estaba pletórico.
La adrenalina volvió a subir ya después de medianoche con Shellac. No había escuchado nada de este grupo antes, ni falta que hizo. Todo sencillo: luces estáticas, puesta en escena estática (de izquierda a derecha: guitarra, batería y bajo), nada de efectos, vestidos de negro excepto el bajista (de blanco: era su noche de bodas). Steve Albini parece un nerd con mucha mala leche. Y todo se descargaba en su música imprevisible e impecable. Post-hardcore, lo llaman. Me parece justo. Hasta la indie más russianredizada intentaba agitar su cabeza violentamente al ritmo de las canciones. Tralla.
(My Bloody Valentine volvieron a tocar, esta vez en el Auditori: lo declararon zona catastrófica)
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