Apetitos afilados. Dientes entonados. Oídos hambrientos.

jueves, mayo 14, 2009

El poder manipulador de la música

Agradable sorpresa la de ayer, acudir a un concierto del que no sabía nada horas antes. Se trataba del cuarteto de Branford Marsalis, que tocaba en el Teatro Español. A decir verdad, los grupos de jazz tocando en teatros se me hacen raros: por un lado, en comodidad y en sonido están estupendos; por otro, no parece ese su ambiente natural, y escucharlos sin una caña o una copa en la mano se hace raro.

Pero lo que importa, después de todo, es lo que suena. Y lo de ayer podría calificarlo de muchas maneras, pero los adjetivos que se me vienen a la cabeza me parecen pedantes, o cursis.

Momentos de éxtasis rítmico se alternaron con otros serenos y melódicos (normalmente con Marsalis tocando el saxo soprano, instrumento que no me suele gustar a excepción de cuando lo usaba Coltrane; para el resto, preferiría un clarinete). Disfruté como un niño a veces; otras, como un adolescente, y en ocasiones hasta como un adulto.

No es una forma de hablar. Cada canción se marcaba en mí de una forma totalmente diferenciada, guiando mis circuitos neuronales de un lado a otro, los neurotransmisores dando vaivenes de aquí para allá, activando las zonas cerebrales de la risa, la alegría, la tristeza, la serenidad, sacando recuerdos a cada emoción... Una canción melancólica me hacía echar de menos a alguna chica, y al momento siguiente una explosión de energía me empujaba a olvidarme por completo de todo.

A veces pasa.

1 Comments:

Anonymous Anónimo said...

Sólo te ha faltado de input y output. Pero yo prefiero no analizarlo demasiado. Según una teoría que acabo de leer, hay dos fases en la percepción del sentimiento, para resumir, una desde fuera y otra desde dentro. Así que todo esto se podría analizar y llegar a conclusiones interesantísimas... pero prefiero saborear la copa de vino a adivinar que es un Chardonnay del 97.

18/5/09, 11:54

 

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