Apetitos afilados. Dientes entonados. Oídos hambrientos.

jueves, octubre 16, 2008

Sequía

A veces, este blog parece más bien un diario de mis confesiones musicales más íntimas. Descubriéndome, sin poder esconderme en ningún sitio, quedándome indefenso y mostrando todos mis puntos débiles, dejándome conocer sin más. Y el peligro es mayor cuando llevo un tiempo sin publicar nada, cuando para mantener este sitio con vida —o para conservar mi pobre estatus— necesito rebuscar es mis experiencias musicales más sagradas, exponiéndolas al criterio del lector ocasional. Puro exhibicionismo sonoro, armónica morbosidad.

Ahí va más leña al fuego.

Me estoy aburguesando. Cada vez que toca renovar el contenido del ipod, van cayendo más discos antiguos, ya digeridos. La apatía me hace rechazar el pop sencillo y continuista, la pereza me hace eludir las experiencias más radicales. Regreso a mis clásicos. Como mucho, completo discografías de artistas de dilatada carrera (Caetano Veloso, Tom Waits).

A las últimas cosas que me han pasado ni siquiera les doy muchas oportunidades. ¿Has escuchado esto? Pues no, ¿pretendes que lo haga?

Hubo un tiempo en que vaciaba el ipod al completo —o el Creative Zen, al que tenía mucho cariño y me gustaba más— y lo llenaba de discos inéditos para obligarme a escuchar cosas nuevas. Enseguida me arrepentía, pero ya no podía dar marcha atrás. O me forzaba a escuchar todas las canciones antes de renovar el contenido. Bien, creo que eso ahora ni se me ocurriría.

No es la edad, es la pereza.

miércoles, octubre 15, 2008

Letras

Quizá una de las razones de que escuche poca música en español es que pongo las letras en un segundo plano. A veces, ellas mismas, las letras, por sí solas se colocan en el primero. Pero normalmente no lo hacen, para qué nos vamos a engañar.

Para letras de amor, los boleros o la copla: las del pop son demasiado obvias, demasiado cotidianas. Las de las otras, pura pasión. Sólo unos pocos destacan: Bunbury, antes de liarse a plagiar como un bendito, le ponía cojones (a veces el corazón y el alma no son suficientes) a sus versos. Y no sólo para el amor: "todos somos artistas de mierda en potencia".

Si las letras normalmente suelo obviarlas, hay gente con la que no puedo por sus palabras, como Alejandro Sanz. En todas sus canciones incluye "corazón", "alma" y "piel".

Pero se puede hablar de más cosas que el amor. También están las reivindicativas, que suelen aburrirme por lo obvio. O las fiesteras, o las que no dicen absolutamente nada.

O las letras en otros idiomas. Mi escaso conocimiento del inglés me permite algo que me encanta: que interprete -o que directamente invente- lo que dice la canción a mi manera. No es porque yo lo haga, pero el resultado suele ser mejor, más evocador, de lo que la letra original pretendía. Será algo subconsciente: completo lo que no entiendo con palabras que a mí me gustan más.

En fin, que hay letras con las que te identificas. A mí, en español, aparte de las de Bunbury, me pasa con las de El último de la fila (cuando se entienden... o cuando las interpreto ad lib). Pero, a la manera de confesión, me encanta la visceralidad y la mala leche de las letras de Los Planetas. A veces hacen falta: no somos seres perfectos.

sábado, octubre 11, 2008

Ah, el sonido

Una de las cosas que más me gusta de la música es el sonido. El timbre. Más allá de la melodía o la armonía, si un tema no tiene un buen sonido, no me llega. Por ejemplo, Editors. Tienen buenos temas, pero están cutremente producidas. Incluso en jazz o música clásica, la "limpieza" de la producción a veces me parece poco atractiva. Habrá quien diga que prefiero el envoltorio al contenido, para qué le vamos a sacar de esa idea.

Hay otros músicos, otros discos, otras canciones, que me atrapan simplemente por su sonido. Por ejemplo, Midlake: a los pocos segundos de mi primera escucha de Roscoe ya sabía que me iba a gustar, ese sonido setentero era perfecto. O los discos de jazz de los 40-50. Muchos temas de R'n'B me gustan sólo por cómo suenan (el productor, en este estilo, también es la estrella).

Quizá por eso mis guitarristas favoritos han sido los que tienen un sonido característico suyo, como Brian May o Johnny Greenwood. Y, claro, por encima de todos, The Edge. A cualquiera que le preguntes por sonido, te citará al componente de U2. Un sonido característico y muy rico, único, es el ejemplo perfecto citado por todos.


La pena es que los solos de The Edge, cuando los hace, son muy buenos más allá de su sonido.

sábado, octubre 04, 2008

Dos sentencias

1. Escuchar el Sung Tongs de Animal Collective es algo así como ser feliz.

2. Estoy seguro de que a través de la música de Tom Waits uno se puede comunicar con los muertos.

jueves, octubre 02, 2008

¡Baila!

Si el baile es la expresión vertical de un deseo horizontal, el rock es la expresión espiritual de un deseo carnal. Dos cosas distintas, el mismo deseo. Y, sin embargo, hubo un tiempo en el que al rock se le había olvidado mover el esqueleto.

Y es que el rock’n’roll servía precisamente para eso: bailar. Por eso fue una revolución: cuando simplemente escuchas, pareces alguien pacífico y fácil de controlar. Cuando te pones a bailar locamente eres peligroso, aunque sólo hagas el pogo.

La evolución de ese rock’n’roll primigenio fue Jimi Hendrix, Led Zep y la calaña (cariñosamente hablando) habitual. Y, cuando alguien se fijó en que aquella música, además de ser divertida, era profunda, o mostraba más conocimiento musical del que podría esperarse, todo cambió: bailar era una cosa fútil, el rock era mucho más (serio) que eso. Era una necesidad de expresión. Y vinieron los llamados dinosaurios: ¿de verdad que te apetecía divertirte en una fiesta con desarrollos cuasi instrumentales de 15 minutos? Pues vaya.

El punk sirvió para seguir divirtiéndose con el rock. Pero hizo falta gente como Gang of Four para que esa diversión se materializara en algo más que movimientos espasmódicos y saltos descontrolados. New Order (¿New Order es punk? No, ¿verdad?) también contribuyó a ello, pero, ¡ah!, eran los 80 y todo se había llenado de tecladitos, bases programadas y lucecitas que poco tenían que ver con la crudeza del rock.

Y eso, que al rock se le olvidó bailar.

Hasta esta nueva década de la cual llevamos ya ocho años. Quizá nos cansamos de que se asociara baile a la electrónica: ¿si te gusta bailar en una discoteca es porque te gusta el house?

Y llegaron efebos dispuestos a hacernos mover los pies con una sonrisa en la cara: Franz Ferdinand, The Rapture, Radio 4 (estos además le añadían la carga política de sus “papás” Gang of Four)… pero también LCD Soundsystem o !!!. Todos invitan, de una manera u otra, a bailar sin complejos. También aparecieron émulos españoles como Mendetz o Standard.

Más lúdicos o reivindicativos, el rock recuperó la alegría que había perdido tras la seriedad del grunge y de los grandes de los 90: Placebo, Smashing Pumpkins, etc. Unos tipos tocando guitarra, bajo y batería también pueden ser divertidos.