Apetitos afilados. Dientes entonados. Oídos hambrientos.

jueves, febrero 26, 2009

¿Lo mejor del año?


END OF THE ROAD FESTIVAL
Larmer Trees Garden, Dorset, Inglaterra. 12, 13 y 14 de Septiembre de 2008


Texto y fotos por Adriano Galante

Sí. Han leído bien. Lo mejor del año no está en este país. Hay que pasar un par de horas en el aeropuerto, otro par en el avión, otro más en el tren y unos tres cuartos en un autobús para llegar al final de la carretera. Allí donde se toma el pulso de lo que está pasando. En primer plano. A pie de lluvia.
Desde 2006 se celebra el End Of The Road Festival, evento de asistencia obligada para ciudadanos de todo el planeta e importante solución en vena a necesitados de música en directo de calidad. Ideado, organizado y defendido por Simon Taffe y Sofia Hagberg, ubicado en un bosque al sur de Inglaterra, el festival que dice adiós al verano puede jactarse de ser el más querido, agradecido y aclamado por los artistas. Un cartel inigualable, un lugar de ensueño, cuatro escenarios de diferentes tamaños, buena comida a precio aceptable. Hasta aquí podemos encontrar competidores a la altura, pero cuando a estas cualidades se le añaden un sonido de alta calidad y un público tranquilo, inteligente, natural, no robotizado, que no excede las 2000 entradas vendidas, preocupado únicamente en el máximo disfrute posible de lo que se está viendo y, ante todo, escuchando; no queda contendiente en la lucha por el puesto. Y no, esto no es ni mucho menos una nota de prensa encargada por el departamento de marketing para publicitar el evento. Es más bien un acercamiento. En él, como en la página web del festival, suena “Knock, knock”, de los canadienses Woodpigeon.




Friday 12th September
Se oía música de lejos. Decenas de mochilas cargadas hasta la zona de acampada. De todas ellas colgaban botas de todas las clases posibles. La amplitud del espacio ante los ojos. Verde predominante. THE ACORN, THE YOUNG REPUBLIC y PETER AND THE WOLF abrían la tarde con sonrisas que respiran juventud y pocas ideas interesantes a descubrir. A HAWK AND THE HACKSAW volvían a sus raíces balcánicas acompañándose de un violín, una mandolina y un acordeón. La lluvia convertía en cuestión de segundos el suelo en barro. El siempre adorado MICAH P. HINSON se dejaba la garganta en el empeño constante de destrozar su cancionero en pos del máximo alarde romántico ante su novia, que, sentada frente a un teclado del que no tocaría más que cinco teclas, lo miraba tan ausente como servicial. El recorrido de un escenario a otro, resbaladizo, imposible y denso. Nadie avisó de que las zapatillas no servían para este terreno. De la humedad y de la barba de Warren Ellis emanaban descargas de ironía y vaho. DIRTY THREE dando la bienvenida a la noche con sus poderosos acoples entre melodías oceánicas y danzas infernales. Tan gigantescos como AMERICAN MUSIC CLUB, que, estrenando formación y con un Mark Eitzel imparable y nervioso, recorrieron su repertorio con elegancia, profundidad y contundencia. Nada que ver con la nueva propuesta de CONOR OBERST AND THE MISTYC VALLEY BAND, insustancial, plana y básicamente aburrida, de la que nos rescatarían AKRON/FAMILY, enarbolando la bandera psicodélica al frente de un ejército de risas exageradas y ritmos primitivos. Frío en la tienda. Los dos pantalones, las cuatro camisetas, las mantas y el saco no cumplían su función. Costaba conciliar el sueño.


Warren Ellis: This is Dirty Three


Saturday 13th September
El sol atravesaba la niebla hasta la piel obligando a salir en busca del desayuno. Té y más té. Primera parada. La tienda más próxima donde vendan unas malditas katiuskas. Media hora de autostop hasta la civilización: unas calientes y peludas botas de montaña, un mercadillo de cosas inservibles, costumbre típicamente inglesa, y una señora preparando un guiso exquisito a precio de coste. Inevitable vuelta en taxi. Un soldado escocés retirado al volante. BABY DEE y sus pasitos delicados del piano al arpa entre canción y silencio, sonreía ante los aplausos, cantaba con pasión en el sótano de su cabaret. Justin Vernon más feliz que nadie a las cinco en punto de la tarde, presentaba al cuarto miembro de BON IVER al bajo y segunda batería, versionaba a Talk Talk y se rodeaba de los miembros de BOWERBIRDS para confirmar una vez más sin pretensiones que la validez de su debut es irrefutable. KURT WAGNER siempre sabe qué decir, cómo decirlo, cómo colgarlo en su tendedero, y así lo hizo sobre el Big Top Stage, cual viejo repleto de sabiduría, risueño ante tu incredulidad. Menos optimismo desprendía Alan Sparhawk, líder de LOW, que, en una violenta muestra de autodestrucción, tras haber soltado un “nadie me quiere” ante un silencioso y atento público, lanzó su guitarra diez metros más allá del escenario, donde, por suerte, tal vez gracias a su fe ciega, nadie resultó herido. A pesar de la incoherencia, tales actos de realidad se agradecen ante el vacío penitente de los contenidos SUN KILL MOON y mucho más aún ante la exageración llevada al límite de los desfasados MERCURY REV. Serían TWO GALLANTS los que nos llevaran de vuelta a dormir tras una espídica demostración de valentía sónica que, por momentos, pareció tambalearse en el continuo devenir de la repetición de esquemas en el experimento. La luna alumbraba el camino y el aliento repetía comida china.

Kurt Wagner: Home

Saturday 14 September
Hoy seguía haciendo ese calor inusual con frío a la sombra. Caminabas entre la gente sentada en el suelo. Familias enteras. Niños de todas las edades. De 2 a 70. Algunos con cascos protectores para evitar daños auditivos prematuros. Auténticos fans de todas las tribus cumpliendo los 15, parejas de abuelos en primera fila, emocionados y emocionantes. Atravesabas el Garden Stage cruzando tiendas donde dan masajes por treinta libras, practican medicinas alternativas por un poco más y leen los futuros utilizando diversas técnicas milenarias por más todavía. De ahí se dibujaba un camino hacia una biblioteca en pleno bosque, cuyas estanterías eran los mismos árboles, una pista de baile de plástico con una radio enorme del mismo material expulsando rock and roll primigenio. Más allá, otro camino oscuro, lleno de ramas y hojas caídas decoradas con luces de Navidad, que te llevaba hasta un piano de pared incrustado en un trozo de escenografía de época con espejo y columna incluidos. Los más atrevidos se acercaban a juguetear con sus desafinadas teclas. El sol despertándote una vez más. THE WAVE PICTURES, KIMYA DAWSON y LIZ GREEN aceptando no saber por qué merecen estar en un escenario y dando razones para que asintiéramos, dirigiendo nuestras botas a otras empresas, como el desconcierto ante el furor provocado por el espectáculo de BOB LOG III, que nunca va más allá de su hillbilly one man band de slide fácil y bombo machacón escondidos tras atuendo de astronauta. JASON MOLINA se defendió a capa y espada, como buen caballero del desierto, sirviéndose de sí mismo sobre el escenario y enfrentándose con aridez a sus canciones, tratando de llenar el vacío tras la muerte de uno de los miembros de su banda Magnolia Electric Co. WOODPIGEON también servirían de bálsamo para tarde nublada. Ni JEFFREY LEWIS con su séquito de fans con camiseta resultona ni THE MOUNTAIN GOATS con su agónico velocípedo de anti folk de profesor de universidad pudieron ni tan siquiera acercarse al sarcasmo bestial de BILLY CHILDISH. El punk en estado puro. Como si no hubiera pasado el tiempo, el mundo se hubiera parado y sólo se moviera domado a látigo y riendas. Y así lo someten los tres sobre el escenario, disfrazados de ejército inglés de la Primera Guerra Mundial. Entre carcajadas provocadas por las guitarras mal afinadas, las equivocaciones en plena ejecución y el intuido desprecio al público por estar ahí aplaudiendo. Y para culminar la destrucción, despedida con el “Fire” de Jimi Hendrix. Inconmensurable. Del infierno saldríamos en barca sobre aguas serenas con un impecable RICHARD HAWLEY en los remos, con sus cuatro hijos absortos y curiosos como invitados de honor a un lado del escenario, su particular guardería. A cientos de kilómetros de distancia, no en el espacio sino en la actitud, se encontraban TINDERSTICKS y CALEXICO, cuyas actuaciones merecieron ser pasadas por alto en el instante mismo de escuchar medio tema por la desidia del concepto en sí mismo. THE CONSTANTINES saltarían al ring del The Local ante unas cien personas que estaban a punto de asistir a uno de los mejores conciertos del festival. Barro por todas partes, sudor en cada centímetro del cuerpo y del instrumento, nervios y electricidad revolcándose por el suelo con algunos presentes lamiendo mástiles y muchas bocas abiertas. Espectáculo imperdible. Qué tendría el bosque de Larmer Trees para provocar tal expresión de neuronas esparciéndose sobre vatios. BRAKES pretendía ser el broche final con sus sentidas canciones de menos de dos minutos, puramente británicas en lo esquizofrénico y humorístico, hasta que el presentador del escenario de The Local soltó estas palabras: “Si queréis escuchar algo que os remueva las entrañas, quedaos aquí, si no, volved a Tindersticks”. Y no le faltaba razón. Allí estaba DENIS JONES con sus micrófonos, sus aparatos y su guitarra eléctrica. Aparentemente un looper como otro cualquiera que se sirve de secuencias grabadas para construir sus composiciones a tiempo real en ese dichoso y colapsado lugar entre la electrónica y el folk. Más allá del tercer segundo, un auténtico genio capaz de mirar al público y transmitir todo lo que se puede transmitir desde un escenario. Un trabajador de la canción, puro nervio, precisión milimétrica y sinceridad extrema. Demasiado corto para ser cierto. Eso decía la cara de una chica que preguntaba si había tomado fotografías de la inmensidad que acababa de estamparse contra nuestros sentidos. Y qué mejor manera de despedirse de un festival que esta. La sensación de haber encontrado algo. Algo valioso. Un secreto albergando la felicidad que será compartida. Difícil de olvidar. Que sirvan estas líneas como invitación a todos los necesitados. Las respuestas os esperan al final del camino.





Denis Jones: Sobrenatural

Reportaje gráfico completo en http://www.flickr.com/photos/adrianogalante/sets/72157609552977911/


Adriano Galante © 2008


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martes, febrero 17, 2009

El Mojo


Austin Powers, ese icono de la retroposmodernidad, perdía el suyo a la segunda película. A otros les dura algo más, pero pocas veces más allá del tercer disco. ¿Qué ocurre? ¿El talento, como el amor, se apaga? ¿Son ellos o somos nosotros? ¿Se puede ser genial más allá de los 30? ¿No cansamos de los grupos o es que realmente los primeros discos son los mejores? 

Por mejores, claro, no me refiero a los más perfectos, a los mejor acabados, a los de acordes mejor colocados. (Confío en que con la edad todos avanzamos en estas cosas prácticas y somos capaces de tener la nevera llena y la cama hecha). Hablo de aquellos discos que te cautivan y te arrastran a escucharlos una y otra vez, los que no te sacas de la cabeza. Hablo, claro, de pasión. 

Cuando eso se acaba, no hay duda, el amor puede continuar. Se puede seguir siendo fan de un grupo tras el tercer álbum, claro.  A mi me pasa. Con Belle & Sebastian, por ejemplo. Me encanta "The Life Pursuit", "Fold Your Hands..." es como un abrazo y "Dear Catastrophe Waitress" es quizás el disco que más alegre me pone, pero ya no me revuelven por dentro. "Tigermilk", "If You Are Feeling Sinister", "The Boy With the Arab Strap". Son discos que ponen palabras a lo que no eres capaz de decir, que tienen la melodía perfecta para hacerte feliz o para hacerte desgraciado, pero siempre en el momento justo. "The Boy With the Arab Strap", el verde, el último de esa increíble trilogía acompañada de varios eps también arrebatadores se editó en 1998. Un mes después de que Stuart Murdoch cumpliese 30 años. ¿Creemos en las casualidades?

La música es de los jóvenes. No hay más. De los jóvenes que la hacen y de los jóvenes que la escuchan. Los adultos, ellos, pueden leer sus periódicos y volver a convencerse de que no hay nadie como Springsteen. De que los Stones siguen siendo los mejores. O de que el regreso de su banda favorita no tiene nada que ver con la falta de liquidez. No les culpo. Al fin y al cabo, nos dan la razón en la reivindicación de la adolescencia, de su adolescencia.

Pero sí, el mojo se va. Un día, supongo, te despiertas y ya no está ahí. Quedan otras cosas. La experiencia, el oficio, la pericia adquirida durante años. Se puede seguir triunfando, claro. Raúl sigue marcando a pares y Dylan llenando estadios. Pero, admitámoslo, ya no es lo mismo.

Momentos estelares de la música: Sólo Brian Wilson lo sabe

¿Qué pasó entre el Revolver y el Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band de los Beatles, los dos discos que marcaron más profundamente la evolución del grupo y de paso la de la música popular de los años 60 y posteriores?

Pues pasó el Pet Sounds de los Beach Boys. Cuenta la leyenda que Brian Wilson, líder de los californianos, quiso dar un nuevo impulso a la música de chicas y playa que habían venido haciendo, con grandes resultados, hasta ese momento, al escuchar el Revolver: nadie se había imaginado hasta dónde podía llegar el pop en 1966. Ni corto ni perezoso, ideó melodías enternecedoras, arreglos preciosistas, añadió una gran dosis de creatividad y lo conjuntó todo bajo el común denominador de intentar representar en sonidos qué es estar enamorado. Y todavía no había acabado el año.

La leyenda continúa con que el “pique” de Lennon y McCartney fue evidente: alguien les estaba ganando en la carrera “espacial” del pop, esta vez entre Estados Unidos y Gran Bretaña. Si Revolver picaba en un lado y otro y adivinaba todo un potencial, Pet Sounds desarrollaba todo aquello a su manera de una forma unitaria, hilando todo en un disco redondo. Y se sacaron de la manga el Sgt. Pepper’s, obra magna donde las haya.

Con Pet Sounds y Sgt. Pepper’s el LP dejó de ser una colección de canciones y empezó a adquirir sentido por sí mismo. Por su parte, el pop dejó de ser una serie de estribillos para cantar en cualquier lugar y a cualquier hora, pasando a convertirse en un vehículo de expresión del ser humano sin nada que envidiar en cuanto a complejidad y riqueza a los tradicionales.

Y la humanidad ganó canciones como God only knows o Caroline no. Brian Wilson, por su parte, se hundió cada vez más en sus miserias mentales aderezadas con drogas.



Posdata: a mí, sin embargo, me parece que el auténtico Pet Sounds de los Beatles es Abbey Road.

viernes, febrero 13, 2009

¿Por qué he tardado tanto tiempo en escuchar a...

... Coconot? A saber: grupo indie entre los indies, en el que participa El Guincho, y que en la Rockdelux ensalzan siempre que pueden, como la luz que guía el indie patrio. Los encontraba a menudo en las páginas de esta revista desde hace más de un año y, qué quieren que les diga, me llamaban la atención: música tropical indie, ritmillos africanos, pintas entre lo inadaptado y lo guay (o de guays que no se adaptan al resto de los guays). Ya saben, lo que está de moda ahora.


Hoy, por casualidad, he entrado en su myspace, donde tienen colgadas nueve canciones, y me las he escuchado todas varias veces. Ni siquiera he tenido tiempo para buscar más información mientras escribo esto. Esperen un momento. Vale: aparte de El Guincho también hay un ex componente de 12twelve (que estoy volviendo a redescubrir) y tienen dos discos: Novo tropicalismo errado y Cosa Astral.


Mola, ¿no?


jueves, febrero 12, 2009

Manos

A un músico se le reconoce. Quiero decir, a un músico de verdad. Son personas diferentes, dan la sensación de vivir el tiempo de distinta manera que el resto de los mortales, como si conocieran los entresijos del alma y se despreocuparan de los mil y un detalles que distraen nuestra atención cada día. Transmiten una extraña serenidad.

Pero si algo me fascina de un músico son las manos. Se reconocen en seguida: son manos fuertes, labradas a lo largo de años hasta adquirir a veces cierta deformación que, en lugar de quitarle su belleza, la caracteriza. El caso más extremo es el de los contrabajistas, con dedos que parecen morcillas, el meñique retorcido y mirando hacia la palma como si fuera una garra. Y aún así, es una mano hermosa.

Paradigmáticas son las manos de los pianistas. Además, la derecha como la izquierda están igualmente trabajadas, tanto que sus dedos a veces tienen el doble de tamaño que unos normales: se me quedó grabado el meñique (de nuevo, es el más pequeño y débil de los dedos, y por eso el que más se desarrolla) de Horacio Icasto, enorme, que pisaba las teclas con una seguridad y una fuerza aplastantes.

La seguridad por la que las manos se desplazan a través del instrumento también es bella, también transmite esa extraña serenidad que percibo cuando estoy en un concierto. Ya sea a través de un teclado, del sinfín de llaves de un saxo o del mástil de una guitarra. Las manos de guitarristas son diferentes a las de los pianistas: más delgadas y ligeras pero igualmente fuertes. Ese contraste entre fuerza y delicadeza las hace especiales, sobre todo las de los guitarristas flamencos. Ver la mano derecha de uno de ellos atacando velozmente las cuerdas no tiene precio.

A veces, en un concierto, miro para otro lado para que lo que veo no me distraiga de lo que escucho.



lunes, febrero 02, 2009

(interludio)

Música para cantar con los ojos cerrados y una sonrisa: He doesn't know why, de Fleet Foxes.

Un, dos, tres, responda otra vez.