Apetitos afilados. Dientes entonados. Oídos hambrientos.

jueves, diciembre 17, 2009

. Interludio . Primavera Club 2009 . Tened fe .

Un amigo me escribe. “No se trata de rezar, sólo de creer”. Asiento con la cabeza. Mi abrigo cae al suelo. Aposento músculos congelados en una butaca de madera color rojo. Con guantes, mejor. Ante ustedes, Primavera Club. Atención. El festival estrena modo de uso: Recorra usted, como buen fanático, todas las salas de Barcelona y/o Madrid, olvídese de la distancia entre ellas, del posible aforo completo, de sus condiciones sonoras. Mucho más de la comodidad de ver un concierto tras otro en el mismo escenario. Esto de Primavera Club va perdiendo el valor original de su propio nombre. Por dónde íbamos. Sí. “No se trata de rezar, sólo de creer”. Enfréntese usted a la selección de bandas, a los solapamientos horarios. Prueba superada. Con un notable para ser el experimento base. ¿Y ahora? Ahora nos queda creer. Pues bien. En el caso último, ciudad condal en cuestión, casi no alcanzamos el aprobado.

Para encabezarse, el tema estrella de toda publicación a la última en tendencias. Ante Health me creo a ZS. Aplastante arma de ruido condensado _véase instrumentación: dos guitarras eléctricas, una batería sin platos y un saxofón procesado_ sobre cuatro modestas sillas que juegan más tarde a dar palmas minimales contra un despliegue de fuegos de artificio que sólo sorprende el primer minuto, con diseño de lo más post moderno pero sin contenido alguno tras los pedales, tras las poses que quieren ser salvajes, aspirando melodías a abrir giras de los decadentes Placebo. Y ya que hablamos de muros sónicos, distorsiones infinitas y demás corrientes de moda, mejor ni dedicarle dos palabras a A Place To Bury Strangers. Sigamos.

The Pastels, The Black Heart Procession y, en menor medida, The Soundtrack Of Our Lives, consiguen ponerme de los nervios. Me canso. La máquinaria no acaba de engrasarse. Los matices son pocos, los papeles interpretados o bien están vacíos de luz propia, o bien están sobrecargados de tópicos hasta la saciedad más innecesaria. La dimensión de las canciones es plana. Me quedo con Fly, de Nick Drake, revisitada por los terceros. Llena de alegría. Y con la ironía de su cantante, no con su voz. Y para alegría, para ironía, Kid Congo & The Pink Monkey Birds y su rockabilly decididamente gay con straight guitar. Apasionante. Real. Con homenaje a Lux Interior, fundador de The Cramps, incluído. Para creer. Siguiente.

Dejen lugar a Pájaro Sunrise. Viene para quedarse. Toneladas de sinceridad, calidez y cercanía para desbancar de pleno a todos esos insoportables que rondan por el folk en inglés de este país: The Sunday Drivers, Russian Red, Gentle Music Men y un largo etcétera que promete continuar doliendo. Ignoremos mejor. Pelos de punta se prefieren. El autor de Done/Undone (Lovemonk, 2009), que no su banda de acompañamiento, tiene la consistencia de un Steve Earle, la elegancia de un M. Ward y la intimidad de un Damien Jurado. Y lo más importante: Sigue siendo él mismo. Eso sí. Si no fuera por estas agradecidas cualidades sobre las tablas, las canciones se quedarían en el montón. Una verdadera pena no haber disfrutado de Bigott en Barcelona. Su material promete un gran directo. Milton Malone just said.

Después vienen Woods con sus falsetes desde radios de otras épocas, sus cintas de cassette y su tan peculiar universo. Para irse a dormir con una sonrisa en la almohada. Scout Niblett, aforo completo. De Jeffrey Lewis & The Junkyard , de Beach House sólo necesito unos minutos para salir de la sala y volver a casa. No estoy para vergüenzas ajenas. Standstill siguen sabiendo lo que hacen, y lo hacen a conciencia y con elegancia _esta vez con sección de vientos, dj y cuarteto de cuerda a razón de un adelanto de su próximo álbum_ aunque sus fans más aguerridos sean insoportables cuando gritan las letras de principio a fin. A Devendra Banhart lo descarto directamente. Muchos huyen despavoridos nada más ver qué es lo que viene a decir en esta ocasión. Los mismos que responderían con un abucheo unánime (un simple shhh pero unánime) a la pregunta del cantante de Port O’Brien en su concierto del domingo en Apolo: ¿What you think, guys, about Devendra Banhart’s gig?

Y sobre la banda de folk divertido con coros en la cresta de la ola. Pues decir que lo más divertido en realidad fue su pregunta sobre el concierto de Devendra Banhart. El resto, un ejemplo de mal gusto en la formas. Se ve que los límites de la profesionalidad son débiles en estos mundos de la música independiente. Eso dicen. Además de defender un repertorio más que discutible, de los facilones, la batería latía a destiempo continuo y la guitarra rítmica era absolutamente insoportable, abrasiva, sin sentido. Decadencias varias olvidables. Cerca del fusilamiento. Menos mal que de pronto apareció su adorado Cass McCombs para salvarnos del declive y con una resaca no apta para focos. Y vaya si lo consiguió con sus deliciosas Catacombs (Domino, 2009) brillando al máximo ante una audiencia absorbida por la hipnosis atemporal de You Saved My Life y Harmonia.

Volvamos al presente. Los pies siguen fríos. Terminemos esto. A pesar de una primavera más bien insípida, acabo por creer ciegamente. Y lo hago viendo dos veces consecutivas a Retribution Gospel Choir. Breaker y Hide It Away sobrevuelan Apolo y Bikini repartiendo explosiones de electricidad por doquier. 60 minutos de rock imparable procedente de Duluth, Minnesotta; dos de ellos componentes de Low, a saber, voz, guitarra y bajo, más un enérgico batería destructor; formación clásica, a la antigua, para presentar parte de su segundo trabajo, a publicar en enero por Sub Pop, de nombre 2. Los impulsos de Alan Sparhawk son inflamables. Pasión descontrolada. Una carrera de fondo. Removiendo entrañas. Take Your Time y es el fin del mundo. Así mejor. Definitivo. No se trata de rezar, sólo de creer.

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