Apetitos afilados. Dientes entonados. Oídos hambrientos.

martes, septiembre 23, 2008

¿Actitud? ¿Qué actitud?

Al poco tiempo de haber comenzado este blog o bitácora musical su andadura, hace ya tres años, me cagaba en aquello conocido como actitud. Estaba harto de la cantidad de grupos chulitos que, con solo repetir continuamente tres acordes machacones —escudándose en el manido “espíritu punk”— y posar (sic) provocadores en entrevistas y fotos adyacentes, creían estar en los altares de lo que está de moda, auspiciado por publicaciones varias, especializadas o no.

Quién me iba a decir a mí que poco tiempo después valoraría la actitud como uno de los aspectos esenciales de la interpretación musical. Porque se trata precisamente de eso, interpretar. Dar vida a unas notas, a unas palabras, a un ritmo. El problema viene cuando esa actitud no viene acompañada de un conocimiento de lo que se hace, de un sentimiento impulsor, sino de las ganas de notoriedad. En fin, que no me retracto del todo.

Pero de lo que sí me he dado cuenta es que para tocar bien un instrumento hay que saber que se toca bien el instrumento. Sin reservas, sin timideces: que no haya filtro entre tu corazón —o tu cabeza— y la herramienta. Y cuando esa herramienta es la voz, esto es más cierto que nunca. Mierda, el divismo se hace necesario. Tener una gran personalidad o creársela.

He ahí el dilema. Hay que poner toda la carne en el asador, sin dejar que la personalidad de la cantante —en femenino, por eso del divismo, pero anda que no hay divas testosterónicas— acabe engullendo a la propia canción.

Por suerte, hasta que el ego de una gran voz acaba con cualquier atisbo de empatía con el público suelen pasar un puñado de años, que disfrutaremos tan rápido como podamos.

martes, septiembre 16, 2008

Lo último en la escena indie española

Post rápido y esacasamente documentado.

Últimamente estoy leyendo en varios sitios cosas como «regeneración de la escena indie española», «resurgimiento del underground nacional», «nuevos aires para la música independiente». Cosas así.

Reconozco que, en general, la escena indie española, el underground nacional, me la refanfinfla un rato. La mayor parte de "grandes" grupos que aparecen en las listas de lo mejor del año, los que copan las críticas, son los de los amigos de los periodistas que hacen esas listas. Y, quitando una o dos canciones, suelen ser un «más de lo mismo», pop mil veces visto. Por norma general, esos grupos desaparecen al año siguiente de las listas, excepto si tienes muchos amigos periodistas.

Hay buenos grupos independientes. Por ejemplo, Los Planetas o el holding Fernando Alfaro (Surfin Bichos, Chucho, los Alienistas). La pega que tienen es que llevan más de diez años en esto y que de independientes ya tienen poco o nada.

Sí, ya sé que durante este tiempo ha habido otros. Pocos.

Sin embargo, parece que últimamente «algo se está moviendo». No tengo ni idea de qué es, apenas he oído nada de esta nueva situación, pensando que sería un continuismo con lo anterior, que me llamaba más bien poco. Por lo tanto, debería ponerme las pilas antes de opinar y escribir un artículo sobre la nueva escena independiente española, que está resurgiendo y tal.

Al único de estos efebos que he escuchado es precisamente a su punta de lanza, El Guincho. Bueno, no está mal. Mola, es diferente y divertido, aunque a mí me termina cansando un poco. Ha tenido que ser reclamado en Estados Unidos, por ejemplo, para que los medios de aquí le empiecen a prestar atención (teniendo en cuenta que Alegranza, el disco del escándalo, salió hace un año).

Será que no tiene muchos amigos periodistas.





Nota: en verdad se empezó a hablar de él hace tiempo, en Rockdelux o Mondosonoro, pero sin tanto entusiasmo...




miércoles, septiembre 10, 2008

Cantar

En El Club de los Faltos de Cariño, el periodista Manuel Leguineche cuenta una breve anécdota: una madre llevó a su hijo, estudiante de violín, a conocer al gran virtuoso de este instrumento Yehudi Menuhin (amén de mentor y protector de Nigel Kennedy y sus locuras). Ella le comentó –supongo que después de alabarle y todo lo demás– que su hijo estudiaba mucho para ser un gran músico. Menuhin le preguntó a la señora si sabía cantar, a lo cual contestó que no. “Entonces”, dijo Menuhin, “no es un músico”.

De esta anécdota pueden sacarse varias conclusiones. La primera de ellas y más evidente para los que haya leído el citado libro es que mi memoria no es muy buena y puede que cualquier parecido con la anécdota real sea pura coincidencia. Otra conclusión, menos importante para los que me conocen, es que para saber de música hay que saber cantar.

Qué romántico, ¿no? El auténtico músico, ese que vive la música dentro de sí como un vendaval de sonidos que expresan los más bellos sentimientos, es el que canta por encima de todo, aunque luego toque, no sé, los platillos. Al menos es el mensaje que parece enviar Leguineche y que los lectores que no sepan mucho de música (hay que diferenciar entre saber de música y saber de músicos) entenderán. El auténtico arte es el que sale del corazón.

También puede darse otra conclusión, algo más profana. La música es un sistema, una estructura, un lenguaje. Escalas y escalas diferentes, a cada cual más compleja, que se basan en unas sencillas reglas, que se basan, en última instancia, en lo que es agradable para el oído y lo que no: algo totalmente subjetivo… En principio. Altura de las notas (frecuencia de los sonidos), ritmo, tonalidad, armonía, etc. Como todo lenguaje, sólo se conoce cuando se habla: ahí es cuando se demuestra que se es capaz de juntar todos los sonidos para darle un sentido. Pues en la música, lo mismo: el que canta –además de espantar su mal–, mejor, el que canta bien demuestra que ha educado el oído para ofrecer una notas determinadas que pertenecen salvo excepciones a una escala concreta, y ha interiorizado el sentido del ritmo para cantar la nota justa en el momento justo.

Una conclusión más técnica, quizá no tan digna de contar a los hijos (o a los lectores) que la anterior, sin duda más humana. De todas formas, Menuhin es un enamorado de la música, y por tanto, de cantar. Quién sabe si en realidad soy yo el que me equivoco y no los lectores de Manuel Leguineche.