Apetitos afilados. Dientes entonados. Oídos hambrientos.

miércoles, septiembre 10, 2008

Cantar

En El Club de los Faltos de Cariño, el periodista Manuel Leguineche cuenta una breve anécdota: una madre llevó a su hijo, estudiante de violín, a conocer al gran virtuoso de este instrumento Yehudi Menuhin (amén de mentor y protector de Nigel Kennedy y sus locuras). Ella le comentó –supongo que después de alabarle y todo lo demás– que su hijo estudiaba mucho para ser un gran músico. Menuhin le preguntó a la señora si sabía cantar, a lo cual contestó que no. “Entonces”, dijo Menuhin, “no es un músico”.

De esta anécdota pueden sacarse varias conclusiones. La primera de ellas y más evidente para los que haya leído el citado libro es que mi memoria no es muy buena y puede que cualquier parecido con la anécdota real sea pura coincidencia. Otra conclusión, menos importante para los que me conocen, es que para saber de música hay que saber cantar.

Qué romántico, ¿no? El auténtico músico, ese que vive la música dentro de sí como un vendaval de sonidos que expresan los más bellos sentimientos, es el que canta por encima de todo, aunque luego toque, no sé, los platillos. Al menos es el mensaje que parece enviar Leguineche y que los lectores que no sepan mucho de música (hay que diferenciar entre saber de música y saber de músicos) entenderán. El auténtico arte es el que sale del corazón.

También puede darse otra conclusión, algo más profana. La música es un sistema, una estructura, un lenguaje. Escalas y escalas diferentes, a cada cual más compleja, que se basan en unas sencillas reglas, que se basan, en última instancia, en lo que es agradable para el oído y lo que no: algo totalmente subjetivo… En principio. Altura de las notas (frecuencia de los sonidos), ritmo, tonalidad, armonía, etc. Como todo lenguaje, sólo se conoce cuando se habla: ahí es cuando se demuestra que se es capaz de juntar todos los sonidos para darle un sentido. Pues en la música, lo mismo: el que canta –además de espantar su mal–, mejor, el que canta bien demuestra que ha educado el oído para ofrecer una notas determinadas que pertenecen salvo excepciones a una escala concreta, y ha interiorizado el sentido del ritmo para cantar la nota justa en el momento justo.

Una conclusión más técnica, quizá no tan digna de contar a los hijos (o a los lectores) que la anterior, sin duda más humana. De todas formas, Menuhin es un enamorado de la música, y por tanto, de cantar. Quién sabe si en realidad soy yo el que me equivoco y no los lectores de Manuel Leguineche.

6 Comments:

Blogger El Perro Lunar said...

Bonito post, y muy acertado lo de que hay que diferenciar entre saber de música y saber de músicos.

Por cierto, estarás contento, tus amigos de Elbow han ganado el Mercury al mejor disco del año.

11/9/08, 1:48

 
Blogger Milton Malone said...

Jeje, ¡son muy grandes! Gracias por pasarte por aquí ;)

11/9/08, 8:25

 
Anonymous Anónimo said...

No sé si estás muy hermético, o es que el texto está en alemán y no me he dado cuenta (es lo que pasa cuando se conoce un idioma pero no se habla). En todo caso, se te ha pasado que Menuhin es judío y una tilde.

15/9/08, 18:55

 
Blogger Milton Malone said...

A partir de ahora, le llamaré siempre "Menuhin, el judío". ¿O queda mejor "el judío Menuhin"?

16/9/08, 8:31

 
Anonymous Anónimo said...

Prefiero "el violinista de origen judío".

16/9/08, 13:40

 
Blogger Milton Malone said...

Demasiado periodístico.

16/9/08, 13:45

 

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