El orden de las canciones altera el resultado
Nunca se me habría ocurrido que el Funhouse de Iggy & The Stooges empezara con otra canción que no fuera 1970. Y mucho menos que el comienzo del disco lo marcara Down in the street. Desde que descargué el LP me parecía lógico que el segundo tema fuera Dirt, más oscuro y contenido que la descarga de rabia del inicio. L.A. blues, apareciendo con su berrido free jazz justo en medio del disco, era toda una declaración de intenciones, para continuar enseguida con la fuerza encauzada de la mencionada Down in the street. T.V. eye resultaba extraña para cerrar el apocalipsis rockero de la Iguana y los suyos, pero llegué a la conclusión de que era necesario acabar en alto: trallazo final y punto.
Pues bien, nada de eso es correcto. El único criterio que había seguido mi reproductor mp3 no fue el orden original de los temas, sino un simple y vulgar orden alfabético. Y yo, en mi locura melómana, le había dado una coherencia tal que me parecía una narración musical perfecta. Ahora, sin embargo, veo las canciones sin hilo ninguno entre sí, simplemente están ahí, apiñadas, esperando que mi dedo las seleccione en orden correcto, para que digan algo todas juntas.
De un tiempo a esta parte ya no considero los discos como un discurso continuo y cohesionado sino como una colección de canciones de orden más o menos aleatorio: el mp3 ha modificado mi forma de percibir la música o, al menos, de escucharla (post que desde que comenzó este blog estoy pensando escribir: las diferentes formas de escuchar música y cómo ha cambiado nuestra forma de hacerlo últimamente). Sin embargo, antes la experiencia consistía en escuchar el disco entero. Simplemente hay cd’s que, si cambiara mínimamente el orden de los temas, perderían gran parte de su magia: Deserter’s songs de Mercury Rev, OK Computer o Kid A de Radiohead, Una semana en el motor de un autobús de Los Planetas, la mayor parte de LP’s de U2… Muchos de mis discos favoritos dejarían de serlo: me encantaba sentarme a escuchar un disco como si fueran a contarme una película, con su presentación (un tema movido), su nudo (temas medios, altibajos que creen la tensión) y su desenlace (incluso su epílogo: la bonus track).
Pero no, los discos en los que cuenta el orden, herederos de la parte final del Abbey Road, o más concretamente, del Dark side of the moon de Pink Floyd, parecen ser únicamente los de metaleros progresivos con exceso de megalomanía. El sencillo y sin pretensiones género del pop no puede atarse a discos conceptuales. Si alguna vez lo pareció… fueron imaginaciones. Las canciones son lo importante. El resto… podemos seguir imaginándolo.
Pues bien, nada de eso es correcto. El único criterio que había seguido mi reproductor mp3 no fue el orden original de los temas, sino un simple y vulgar orden alfabético. Y yo, en mi locura melómana, le había dado una coherencia tal que me parecía una narración musical perfecta. Ahora, sin embargo, veo las canciones sin hilo ninguno entre sí, simplemente están ahí, apiñadas, esperando que mi dedo las seleccione en orden correcto, para que digan algo todas juntas.
De un tiempo a esta parte ya no considero los discos como un discurso continuo y cohesionado sino como una colección de canciones de orden más o menos aleatorio: el mp3 ha modificado mi forma de percibir la música o, al menos, de escucharla (post que desde que comenzó este blog estoy pensando escribir: las diferentes formas de escuchar música y cómo ha cambiado nuestra forma de hacerlo últimamente). Sin embargo, antes la experiencia consistía en escuchar el disco entero. Simplemente hay cd’s que, si cambiara mínimamente el orden de los temas, perderían gran parte de su magia: Deserter’s songs de Mercury Rev, OK Computer o Kid A de Radiohead, Una semana en el motor de un autobús de Los Planetas, la mayor parte de LP’s de U2… Muchos de mis discos favoritos dejarían de serlo: me encantaba sentarme a escuchar un disco como si fueran a contarme una película, con su presentación (un tema movido), su nudo (temas medios, altibajos que creen la tensión) y su desenlace (incluso su epílogo: la bonus track).
Pero no, los discos en los que cuenta el orden, herederos de la parte final del Abbey Road, o más concretamente, del Dark side of the moon de Pink Floyd, parecen ser únicamente los de metaleros progresivos con exceso de megalomanía. El sencillo y sin pretensiones género del pop no puede atarse a discos conceptuales. Si alguna vez lo pareció… fueron imaginaciones. Las canciones son lo importante. El resto… podemos seguir imaginándolo.