Apetitos afilados. Dientes entonados. Oídos hambrientos.

miércoles, septiembre 30, 2009

Atuendos

Estoy enamorado de la cultura americana de los 50. Si hay una estética en la que viviría toda la vida es la del jazz de la época. Tipos con sus trajes de paño tocando hasta la extenuación. La formalidad del atuendo se combina a la perfección con el salvajismo de notas disparadas a raudales, de malabares imposibles con las baquetas, de lanzarse suicidamente contra las teclas de un piano.


Estás desnudando tu instinto al público, pero hay que lucir elegante.


viernes, septiembre 25, 2009

Adelanto

El fin de una década siempre es una buena excusa para poner listas de los mejores discos o canciones. En realidad, cualquier motivo es buena excusa. Es por eso que me complazco en anunciarles que estamos preparando una de los mejores discos de estos últimos diez años. Los preliminares en su elaboración, como es bien sabido, están siendo desastrosos: es lo que tiene la pluralidad de gustos.

Personalmente, ésta ha sido una gran década. La música ha transitado por unos caminos inverosímiles: a principios triunfaba la mezcla del pop y la electrónica cada vez más abstracta (Björk y Radiohead por un lado, Fennesz y Múm por el otro) para acoger la vuelta del rock divertido (Strokes) y el revival post-punk (Interpol, Editors), el de mayor éxito comercial en la esfera alternativa (en la otra, suma y sigue). Y ante todo muchas ganas de hacernos bailar (LCD Soundsystem)*. Pero el gran avance ha sido sin duda alguna en el folk: quién lo iba a decir que los chicos y chicas con una guitarra acústica entre sus manos serían los grandes triunfadores.

Estamos abiertos a propuestas.

* Back to basics: si la evolución noventera de pop + electrónica se estaba volviendo más pretenciosa, pronto dejó paso a su carácter lúdico esencial.

jueves, septiembre 17, 2009

A veces oigo voces

Me gustan las cosas bien hechas. Y las canciones bien cantadas. Hace unos días me puse el último disco de Bill Callahan, Sometimes I wish I were an eagle, nacido, según me contó Jorge Regula (atiende: cotilleo indie o de bajura), tras su ruptura sentimental con Joanna Newsom (¡bien!) y me estremecí nada más escuchar su voz.

Si en un concierto alguien desafina pongo expresión asesina al instante, y la mayoría de cantantes de grupos españoles me parece que se deberían dedicar a otra cosa. ¿Cómo puede esto compatibilizarse con, por ejemplo, que ninguna versión de Love will find you in the end, de Daniel Johnston (al que me ha llegado el momento de descubrirle), supere a la original por muy bien interpretada que esté? Johnston la canta con urgencia, con prisas, como si lo estuviera pasando mal y quisiera que se acabara pronto, con un fraseo torpe, sin cuidado por empastar la voz y además aporrea la guitarra. Pero el corazón se le sale por la garganta, y cuanto más la escucho más me acongoja.

Otro ejemplo: hace poco vi un video de una actuación de Bob Dylan en el 66. El mito estaba rebosante de juventud y, probablemente, de alguna que otra sustancia de dudoso prestigio. No canta Like a rolling stone, la aúlla. Está completamente desquiciado, ido, se va de tono y de tempo todo el rato. He visto pocas interpretaciones tan fascinantes. En general, cantar canciones de Bob Dylan no tiene sentido, porque hay que cantarlas como Bob Dylan. Porque, a no ser que seas un artista tan personal como Jimi Hendrix (o Kiko Veneno), la cosa va a perder su encanto.

Para colmo de esta esquizofrenia mental, Wilco cada vez me gustan más porque tienen su sonido (y sus voces) más apuradas, y soy de los que defienden a Ella Fitzgerald, el savoir faire, frente a Billie Hollyday, la garra.

Ey, Mr. Johnston, le espero en el psiquiátrico.

viernes, septiembre 11, 2009

The Beautiful Taste: Of our cornea

¿Qué pasaría si juntaras la urgencia expresiva de Muse con la necesidad de experimentación sin pedanterías de TV on the Radio? Es posible que algo parecido a The Beautiful Taste, grupo surgido de un trío de mercenarios musicales que siguen amando lo que hacen y se nota. Procedentes de cualquier lugar de la geografía mundial (pinche usted con el dedo cualquier lugar del mapamundi y lo más probable es que estos señores hayan tenido un bolo allá) pero espiritualmente afincados en Barcelona, Of our cornea, su primer disco, es diferente a cualquier cosa que el aficionado se pueda echar a la oreja actualmente en el panorama musical español.

Ése es el logro de The Beautiful Taste. Quizá son diferentes porque tienen un nivel de profesionalidad al que no estamos acostumbrados en este país: no todas las baterías son iguales, acompañar no significa necesariamente rasgueo de acordes, se permiten jugar con los tiempos, etc. Además, son tan inteligentes como para que todo eso vaya en beneficio de la canción.

¿Y de qué va Of our cornea? Es rock. Así de sencillo. Empieza con un aviso de su potencial, To Go, y luego baja a un medio tiempo, Bread, Coffee and Bed. Ambos títulos son esclarecedores: potencial para hacer algo épico pero gusto por encontrar la belleza de las cosas a través de lo cotidiano. Tiene un aroma noventero, pero sin acercarse en ningún momento al revival. ¿Cómo se hace eso? Ah, ni idea, pregunten a los autores. Han echado la vista atrás para avanzar hacia delante.

La única pega: le falta cierta sensación de conjunto, de algo que vaya más allá de las canciones, de un “concepto”, y a veces parece que la voz va a su bola sin atender al resto de la instrumentación. Pero cuando suenan temas tan altamente disfrutables como Sundays in Spain (¿les he dicho ya que me encanta ese final?), Circus of toes o No relationships are permitted in this area, se me olvida.



martes, septiembre 08, 2009

El tiempo les da la razón

Una de las críticas de la música "clásica" al estallido de la música popular de los años 50 y 60 era su comercialidad (¿les suena?), canciones para ser escuchadas en la radio mientras uno arregla el coche o hace la comida. Su duración debía ser necesariamente breve, pues el escuchante ocasional no debía tener tiempo para aburrirse. Canciones de usar y tirar. Sin embargo, la música "seria" puede ser tan larga como necesite para desarrollarse, pues es arte y no está sujeta a las leyes del marketing.

Para qué decir que esta afirmación duró menos que un caramelo a la puerta de un colegio. A finales de los 60 había artistas consagrados cuyas máximas creaciones podían pasar con facilidad de los cinco minutos, como Jimi Hendrix, Cream, la Velvet Underground, los Allman Brothers, etc. Incluso grupos tan comerciales como los Beatles tenían temas de larga duración, no precisamente hechos para emitirse en las radiofórmulas.

Sin embargo, dentro del mundo del rock se creó el mismo efecto cuando algunos quisieron diferenciar entre la música buena y la mala: entre las excusas que ponen los aficionados al rock sinfónico, al heavy rock, etc. para mostrar que su música es mejor están el virtuosismo de los instrumentistas y la duración de los temas.

La duración estándar de una canción suele estar entre los dos y los cinco minutos. Para mí existe una barrera en esas duraciones: si supera la cifra alta, me ando mucho de escucharla; si no llega a la cifra baja, mis prejuicios me indican que no tiene sentido que sea una canción buena, le falta desarrollo.

Es por eso que hoy me he decidido a reivindicar esos temas que no llegan ni a los miserables dos minutos. Se sabe que lo bueno, si breve (refrán con el que estuve tentado de titular el texto; afortunadamente, no lo hice)... Y los hay por todas partes: dos de mis composiciones favoritas de Tom Waits, Johnsburg, Illionois (del Swordfishtrombones) y Fawn (del Alice) duran un suspiro, igual que pasa con Simple things, de Belle & Sebastian (The boy with the Arab Strap) o In a letter never sent, de Even in Blackouts. Luego está la brevísima Her Majesty, que aparece al final del Abbey Road de los Beatles. Todas estas canciones resuenan en mi cabeza. Luego están los Ramones, cuyas canciones, salvo rara excepción, oscilan alrededor de los dos minutos. O Minor Threat, y se diría que en general una buena parte del punk y el hardcore.

Pero no hay mucha gente con el talento suficiente para hacer una buena canción de menos de dos minutos.

viernes, septiembre 04, 2009

Etiquetas: art punk

Desde Hipopótamos consideramos que, debido a la cantidad de etiquetas con que se conceptualizan los diversos estilos musicales paridos desde que Elvis rompió las convenciones del rocanrol con un golpe de cadera, sería un buen servicio social facilitar al aficionado común una guía para adentrarse en tan obtuso mundo y explicarle el significado de cada etiqueta. Sin embargo, en Hipopótamos desconocemos el significado de la mayoría de las etiquetas, por lo que en lugar de aleccionar pedimos ayuda.

La etiqueta “art punk” engloba a un puñado de grupos que me gustan, generalmente nacidos en los 70, como Pere Ubu, Richard Hell & The Voidoids, The Modern Lovers o James Chance & The Contorsions. ¿Qué los diferencia de los grupos punk a secas? Creo que, aparte de la estética (no tuvieron a Malcolm McClaren insistiéndoles que fueran a la moda impuesta por Vivienne Westwood) está el lugar de origen: esos grupos son americanos, lo cual también implica una diferencia estética: no creo que a los yankees les guste llevar parches con la bandera británica.

¿Hay punk en EEUU? Imagino que sí: los Ramones, por ejemplo. ¿Por qué ellos están emparentados con The Damned o The Clash y Richard Hell no? Otra causa del añadido “art” sea que vienen de Nueva York. Ya saben, si perteneces a la capital del mundo eres arty por definición. Error: Pere Ubu son de Cleveland, Ohio. Y New York Dolls son punk, sin "art". ¡Copón!

El dichoso prefijo parece prever que su música va a ser algo rarita, es decir, ruiditos, disonancias, diversión para los chicos cool. Del grupo mencionado, quizás James Chance sea el que más se adecúe a esa definición (apareció en No New York, un recopilatorio obra de Brian Eno sobre la escena no wave, otra etiqueta más, de la ciudad, con otros grupos como Teenage Jesus and The Jerks o DNA, a cada cual más raro; es posible que ellos también sean art punk). The Modern Lovers (y más tarde Jonathan Richman en solitario) tampoco son los más especiales del lugar, aunque su líder sea un excéntrico.

Así que el art punk definiría, más o menos, a aquellos grupos americanos, sean o no de Nueva York, formados en los años 70 y que hicieran algo que se pudiera parecer, o no, al punk inglés y además también hacían de vez en cuando cosas tirando a rarunas. O no.