El poder manipulador de la música
Agradable sorpresa la de ayer, acudir a un concierto del que no sabía nada horas antes. Se trataba del cuarteto de Branford Marsalis, que tocaba en el Teatro Español. A decir verdad, los grupos de jazz tocando en teatros se me hacen raros: por un lado, en comodidad y en sonido están estupendos; por otro, no parece ese su ambiente natural, y escucharlos sin una caña o una copa en la mano se hace raro.
Pero lo que importa, después de todo, es lo que suena. Y lo de ayer podría calificarlo de muchas maneras, pero los adjetivos que se me vienen a la cabeza me parecen pedantes, o cursis.
Momentos de éxtasis rítmico se alternaron con otros serenos y melódicos (normalmente con Marsalis tocando el saxo soprano, instrumento que no me suele gustar a excepción de cuando lo usaba Coltrane; para el resto, preferiría un clarinete). Disfruté como un niño a veces; otras, como un adolescente, y en ocasiones hasta como un adulto.
No es una forma de hablar. Cada canción se marcaba en mí de una forma totalmente diferenciada, guiando mis circuitos neuronales de un lado a otro, los neurotransmisores dando vaivenes de aquí para allá, activando las zonas cerebrales de la risa, la alegría, la tristeza, la serenidad, sacando recuerdos a cada emoción... Una canción melancólica me hacía echar de menos a alguna chica, y al momento siguiente una explosión de energía me empujaba a olvidarme por completo de todo.
A veces pasa.