Apetitos afilados. Dientes entonados. Oídos hambrientos.

jueves, junio 26, 2008

O grande Caetano

El problema de tener prejuicios musicales es que te pierdes grandes cosas. Normalmente, las modas solucionan este problema (a la vez que crean otros): no hay nada que se haya librado de ellas, obligando al aficionado a prestar orejas, aunque sea por la satisfacción de poder criticar lo que todo el mundo escucha, a los fenómenos de actualidad, aunque muchos de ellos lleven existiendo décadas. Es más que probable que el prejuicio siga ahí posteriormente a la moda, pero al menos la culpa ya no la tiene el desconocimiento, sino la cabezonería.

Hay ocasiones en que se llega a desmontar un prejuicio a través de la vía más larga: una canción te lleva a un autor, que te lleva a una música, que te lleva a un contexto, que te lleva a otros autores cercanos y ¡bum!, el prejuicio se estrella contra la realidad, se esfuma dejando un ligero sentido del ridículo en aquellos que, como yo, pensaban que lo sabían, más o menos, todo en esto de la música y su desconocimiento queda en evidencia.

Uno de mis grandes prejuicios son los cantautores, a.k.a. cansautores. Me suelen gustar una o dos canciones de cada uno de ellos, normalmente las dos únicas canciones que conozco, pero reconozco mi pereza a la hora de prestar más atención a las letras que a la música. ¿Para qué se ponen con las guitarritas, entonces? ¿Porque así ligan más? Desde Pablo Milanés hasta Sabina, pasando por toda una oleada de gente joven y por la santísima trinidad del Sol-Re-La rasgueado con los dedos. De todos los tipos y colores, algunos más divertidos, otros más solemnes, pero ninguno consigue despertar un auténtico interés en mí.

En ese saco heterodoxo –ya me dirán qué tiene que ver Pablo Milanés con Sabina- había metido yo a Caetano Veloso. Y puede que con razón, porque es un cantautor, en el sentido primario de la palabra. Latino -brasileño- blanco que, en las fotos que le había visto peinaba ya canas y vestía camisas normales y corrientes: parece el típico sentimental que habla de amor y de política con la boca chica. Incluso el hecho de que recitara Coraçao vagabundo en el disco de Bebo Valdés y Diego el Cigala, Lágrimas negras, no había despertado mi simple curiosidad, que normalmente salta con cualquier cosa.

Pasa el tiempo y comienzo a interesarme más seriamente por la bossa nova, el movimiento musical brasileño, mitad samba, mitad jazz, que en estos momentos celebra su medio siglo de existencia, cuando sonó Chega de saudade por primera vez por la radio en alguna playa de Sao Paulo. Previamente he tenido que cansarme del pop, porque uno no puede estar al quite de todo y los huecos sonoros que dejaba este género eran más bien escasos (hay tanto que escuchar y tan poco tiempo, y ganas, para hacerlo). Paso del Getz/Gilberto, que siempre me pareció una joya, a otras canciones de Tom Jobim, y de ahí a otros autores (Chico Buarque, Marcos Valle, Baden Powell). De ahí paso a familiarizarme con el género -evitando los rollos orquestales para ascensores- y empiezan a surgir músicas aledañas, que tienen que ver con la bossa nova, la samba y los sonidos más o menos clásicos del país, pero también influenciadas por el pop, reinterpretándose este estilo desde la óptica personal del país carioca.

Y de ahí sale Caetano Veloso y su tropicalismo. Ciertamente, al saber de él de refilón mientras me informaba de sus congéneres hay algo que no me cuadra: no parece el típico cantautor. Y no lo es, claro: llevo escuchados al menos unos cinco o seis discos suyos, a cada cual mejor, y a lo que más me recuerda –no olviden que mi mente obtusa suele eludir las asociaciones que tengan cierto sentido- en, por ejemplo, Caetano Veloso (el tercero que sacó bajo su nombre) o en Transa, es a la Velvet Underground. Tropicalizada, claro, Caetano no reniega de sus raíces, todo lo contrario. Pero tampoco olvida los nuevos sonidos, y consigue hacer una mezcla revolucionaria, personalísima pero que a la vez abarca a todo su país en la conciencia: géneros y más géneros pasan por su turmix sonora, dando pasos de gigante en cada disco nuevo y dejando un legado que es posible que todavía no haya sido plenamente asimilado.

Suerte que me dio el venazo y me bajé toda su discografía.

viernes, junio 20, 2008

Contra la guitarra eléctrica

Parece el enemigo de todo aquel melómano no rockero. Dos personas me dijeron que la guitarra eléctrica estaba muerta, que no tenía sentido seguir tocándola. Una desde el electropop, otra desde el folk. La guitarra eléctrica, no el bajo o la batería, o los tecladitos horteras. ¿Por qué es el símbolo de todo lo malo del rock?

Está bien claro que por su desmesurado protagonismo. El divo guitarrista muchas veces era el divo cantante, luciéndose igualmente con la garganta que con los dedos. 30 años de pavos luciéndose bastan. Bajo y batería podían lucirse, pero no acaparaban tanto. Además, el rock se fijó tanto en la guitarra (¿alguien se imagina rock sin guitarras?) que acabó identificándose con él. Entonces, cuando murió el rock, la guitarra eléctrica debería haberle acompañado. Pero vienen grupos revivalistas y la sacan de nuevo: y aún así, sin el poderío de seis cuerdas metálicas y un buen par de pastillas, ¿qué nos queda? ¿La música electrónica machacona?

Pues se equivoca, señora, no sólo la música electrónica vive sin necesidad de guitarras eléctricas. Hay muchas músicas que sobreviven sin tan popular instrumento. Si ustedes escucharan más Radio 3, en concreto a don Ramón Trecet, ampliarían el espectro musical de su cabeza. Y es que a veces el pop -que también está muerto, como el rock- cansa, y nos olvidamos de la extraordinaria riqueza de esas mal llamadas “músicas del mundo”, aglutinándolas todas de forma etnocentrista (puede haber synth pop, black metal noruego o post rock, pero el resto son “músicas del mundo”). Y también el jazz, que de vez cuando gusta de usar las seis cuerdas, aunque hubo un tiempo de fusiones en que parecía que los mástiles y las distorsiones estaban invadiéndolo todo. O la música clásica, ¿alguien se queja del sempiterno uso de orquestas sinfónicas y sus violines? Hasta el blues, género guitarrero donde los haya, puede sobrevivir perfectamente sin necesidad de este acompañamiento, B.B. King me perdone.

Y más cercanos a los márgenes del rock, o bebiendo directamente de él, existen guitarras que no abusan del resto de instrumentos: en Tom Waits siempre aparecen, más que menos, misteriosas, mezclándose con marimbas y percusiones extrañas. Animal Collective utilizó guitarras, sobre todo en el Feels (2005), aunque claro, pasadas por su tamiz lisérgico. Y sin irnos tan lejos, Pauline en la playa -a las que estoy escuchando ahora mismo- les dan a sus canciones un buen toque guitarrero y electrificado sin tener que supeditar el resto de instrumentos a sus acordes con trémolo.

Quizá el problema no sea tanto del instrumento como de los que lo tocan, los autoproclamados “guitarristas”.

jueves, junio 05, 2008

Timidez exhibicionista

Muchos de los grandes nombres del rock dicen ser gente reservada. Yo antes no me lo creía, pensaba que era resultado de la falsa modestia: no me cabía en la cabeza que un exhibicionista obsceno como Jim Morrison fuera una persona extremadamente tímida y reservada, pese a que las crónicas –excepto cuando estaba drogado– sacaban a relucir su personalidad. Tampoco confiaba en la introversión de Morrissey, uno de los grandes egos del pop, o de Jimi Hendrix, que llegaba a quemar su guitarra y participaba en orgías hippies multitudinarias (y además se prestaba a que una fan loca hiciera un molde de su pene). Los tímidos no hacemos esas cosas… todos los días.

Sin embargo, tiene su lógica: cuando no eres capaz de expresar en toda tu vida diaria lo que ocurre en tu interior, en el momento de hacerlo todo sale como un torrente. Es como un embalse a rebosar: la más mínima grieta hace que el dique reviente y el agua salga en tromba por todas partes, desobedeciendo los caudales establecidos en la tierra.

Aullidos, gritos, rasgarse las ropas… El escenario transforma. Otros, sin embargo, no son capaces de superarlo y no son capaces de mirar al público: los shoegazers no despegan la mirada de sus zapatillas, aunque ello se debe también a que tienen que estar atentos a la pedalera de la guitarra para controlar todo el ruido que sale del ampli.

Conclusión: no busques a la próxima estrella del rock en ese chico extrovertido, atractivo y con gran vida social. Follará mucho, pero el trono no está hecho para él.