O grande Caetano
El problema de tener prejuicios musicales es que te pierdes grandes cosas. Normalmente, las modas solucionan este problema (a la vez que crean otros): no hay nada que se haya librado de ellas, obligando al aficionado a prestar orejas, aunque sea por la satisfacción de poder criticar lo que todo el mundo escucha, a los fenómenos de actualidad, aunque muchos de ellos lleven existiendo décadas. Es más que probable que el prejuicio siga ahí posteriormente a la moda, pero al menos la culpa ya no la tiene el desconocimiento, sino la cabezonería.
Hay ocasiones en que se llega a desmontar un prejuicio a través de la vía más larga: una canción te lleva a un autor, que te lleva a una música, que te lleva a un contexto, que te lleva a otros autores cercanos y ¡bum!, el prejuicio se estrella contra la realidad, se esfuma dejando un ligero sentido del ridículo en aquellos que, como yo, pensaban que lo sabían, más o menos, todo en esto de la música y su desconocimiento queda en evidencia.
Uno de mis grandes prejuicios son los cantautores, a.k.a. cansautores. Me suelen gustar una o dos canciones de cada uno de ellos, normalmente las dos únicas canciones que conozco, pero reconozco mi pereza a la hora de prestar más atención a las letras que a la música. ¿Para qué se ponen con las guitarritas, entonces? ¿Porque así ligan más? Desde Pablo Milanés hasta Sabina, pasando por toda una oleada de gente joven y por la santísima trinidad del Sol-Re-La rasgueado con los dedos. De todos los tipos y colores, algunos más divertidos, otros más solemnes, pero ninguno consigue despertar un auténtico interés en mí.
En ese saco heterodoxo –ya me dirán qué tiene que ver Pablo Milanés con Sabina- había metido yo a Caetano Veloso. Y puede que con razón, porque es un cantautor, en el sentido primario de la palabra. Latino -brasileño- blanco que, en las fotos que le había visto peinaba ya canas y vestía camisas normales y corrientes: parece el típico sentimental que habla de amor y de política con la boca chica. Incluso el hecho de que recitara Coraçao vagabundo en el disco de Bebo Valdés y Diego el Cigala, Lágrimas negras, no había despertado mi simple curiosidad, que normalmente salta con cualquier cosa.
Pasa el tiempo y comienzo a interesarme más seriamente por la bossa nova, el movimiento musical brasileño, mitad samba, mitad jazz, que en estos momentos celebra su medio siglo de existencia, cuando sonó Chega de saudade por primera vez por la radio en alguna playa de Sao Paulo. Previamente he tenido que cansarme del pop, porque uno no puede estar al quite de todo y los huecos sonoros que dejaba este género eran más bien escasos (hay tanto que escuchar y tan poco tiempo, y ganas, para hacerlo). Paso del Getz/Gilberto, que siempre me pareció una joya, a otras canciones de Tom Jobim, y de ahí a otros autores (Chico Buarque, Marcos Valle, Baden Powell). De ahí paso a familiarizarme con el género -evitando los rollos orquestales para ascensores- y empiezan a surgir músicas aledañas, que tienen que ver con la bossa nova, la samba y los sonidos más o menos clásicos del país, pero también influenciadas por el pop, reinterpretándose este estilo desde la óptica personal del país carioca.
Y de ahí sale Caetano Veloso y su tropicalismo. Ciertamente, al saber de él de refilón mientras me informaba de sus congéneres hay algo que no me cuadra: no parece el típico cantautor. Y no lo es, claro: llevo escuchados al menos unos cinco o seis discos suyos, a cada cual mejor, y a lo que más me recuerda –no olviden que mi mente obtusa suele eludir las asociaciones que tengan cierto sentido- en, por ejemplo, Caetano Veloso (el tercero que sacó bajo su nombre) o en Transa, es a la Velvet Underground. Tropicalizada, claro, Caetano no reniega de sus raíces, todo lo contrario. Pero tampoco olvida los nuevos sonidos, y consigue hacer una mezcla revolucionaria, personalísima pero que a la vez abarca a todo su país en la conciencia: géneros y más géneros pasan por su turmix sonora, dando pasos de gigante en cada disco nuevo y dejando un legado que es posible que todavía no haya sido plenamente asimilado.
Suerte que me dio el venazo y me bajé toda su discografía.