Aquel 27 de abril de 1964
Me suele dar cierta aprensión volver al Crescent. En el resto de discos de Coltrane de mi colección (pocos, muy pocos), su música se presenta extravertida, aunque camine hacia lo más profundo (e insondable).
Cuando me compré el CD, hace un par de años casi, creo que con la liquidación (sic) de Madrid Rock, creía que me iba a encontrar al Coltrane impetuoso, al "train Coltrane", quizá animado por el título, que me sugería una subida del ritmo cardíaco.
Nada más lejos de la realidad. Exceptuando Bessie's blues, ese corto intermedio cuya ortodoxia resulta provocativa y que recuerda que el jazz es una música que nació para ser escuchada en la calle y no en el rincón más oscuro de tu habitación, el resto del disco es reflexivo e intimista, y la calidez de los instrumentos suena en el aire casi desoladora, como si no hubiera nadie alrededor de Coltrane en kilómetros, como si Elvin Jones, McCoy Tyner y Jimmy Garrison fueran fantasmas, ancestros a los que el saxo tenor venera y con los que comparte su vida.
Quizá siento así el disco porque recuerdo escucharlo por primera vez en el tren, un día de ventisca y mucha nieve, con el vagón haciendo de pequeño salón con chimenea, cálido y acogedor en contraste con el exterior. Pero Wise one y Lonnie's lament, que parece que no empiezan y ya están ahí, engañan a mi mente y me hacen creer que un tren de cercanías puede tener algo de íntimo y acogedor una dura mañana de invierno.
Me suele dar cierta aprensión y cierto respeto volver al Crescent. Pero me siento increíblemente afortunado por que en ese mágico 27 de abril de 1964 hubo un micrófono cerca que captó cómo The Drum Thing era invocada. Sólo unos meses después el cuarteto de John Coltrane grabó A Love Supreme, el punto álgido de la leyenda, y nada más pasar Año Nuevo dio un salto sin red hacia el free jazz, pero ellos sabían que aquel 27 de abril fue irrepetible.
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