Ya no tenemos discos favoritos
Hubo una época en que podíamos recordar con facilidad una lista de diez discos favoritos, si bien algunos fluctuaban y había un puñado esperando para entrar. Eran discos que escuchabas todos los días, luego todas las semanas y, ya después, todos los meses. En esos intervalos otros cuantos empezaban a penetrar en nuestra vida, a asociarse con diversos momentos, con diversas épocas, más o menos felices (normalmente, los discos los recuerdas, y por tanto les coges cariño, porque han formado parte de tu vida: no hace falta que sea una buena o mala época, puede ser incluso una época anodina; les cogerás cariño porque formaron parte de tu vida).
Antes resultaba fácil enumerar los discos favoritos. El protagonista de Alta fidelidad se pasaba todo el tiempo elaborando listas de canciones, de álbumes, que tenían que ver con algo en especial, pero cuando una periodista le pregunta cuáles son sus discos preferidos no sabe qué contestar, se bloquea, nunca se lo ha planteado, o acaso siempre tuvo miedo de planteárselo.
Y es que, con el paso del tiempo, los discos pierden su carácter absoluto. ¿Cómo se pueden poner en orden de importancia los sentimientos? Cuando se dice que la música está viva se olvida que el hecho de que esté viva implica que tenga un ciclo de vida: cuando acabas de adquirir un disco, las primeras escuchas, el “me gusta” o “no me gusta” demasiado precipitado; luego va creciendo y adueñándose de parte de tu cabeza, esto es, ya lo estás recordando de otras anteriores escuchas, y ahora es cuando tienes las cosas claras, sabes diferenciar lo bueno de lo malo y puedes juzgar sin temor a equivocarte. Luego llega la etapa de plenitud: escuchar determinado disco todos los días, aunque sólo sea parte de tu dieta sonora, pero está ahí, siempre presente, marcando todos y cada uno de tus sucesos vitales. Y luego, normalmente sin saber cómo, ese disco va saliendo poco a poco de tu vida, por la puerta de atrás. Y hay dos opciones: que ya no vuelva o que regrese de vez en cuando, como los buenos amigos, para volver a disfrutar de él, como en los viejos tiempos. A veces pueden disfrutar de una segunda vida e impregnar de nuevo todo lo que pase a tu alrededor. Esto suele pasar si la vez anterior tenía reñido el puesto con alguno otro, o simplemente si no lo escuchaste tan bien como creías (ahora, con el ipod, raro es escuchar un disco entero), o porque le faltaba una conexión vital con algún aspecto de tu vida que en aquel entonces pasó desapercibido.
Pero las cosas cambian. Y los que cambian somos nosotros, no la música. Ya no la sentimos igual, ya somos otros, con pasado pero otros. Y lo que parecía algo absoluto, como el primer, el segundo o el tercer amor, resulta que no lo es. Y lo peor es que nos hemos acostumbrado y no nos importa. A eso se le llama crecer. ¿Madurar? Quizás.